que van a dar en la mar
qu´es el morir; (...)"
Jorge Manrique
Independientemente
de cualquier ideología, creencia o sentimiento, no podemos negar lo
transcendente que resulta ser en sí
misma la existencia de cada uno de nosotros como ser humano. En
nosotros reside una chispa de la divinidad que ilumina como un faro los
tormentosos senderos del trasegar existencial.
Pero todos somos seres con un destino común: Somos
seres para la muerte. Ella,
inexorablemente, interrumpe y termina de una vez y para siempre
nuestros afanes, nuestros sueños, nuestros ideales, nuestros trabajos,
nuestras dificultades.
Surgen entonces las dudas, los interrogantes, las inquietudes, y por qué no, la angustia. Ese destino final impone una
reflexión objetiva sobre nuestro propio discurrir existencial.
Cada acto, cada hecho, cada vivencia, cada relación
que establezcamos, cada diálogo en el que participemos, en fin, cada
momento compartido, influye en la personas con quienes nos
interrelacionamos día a día y deja un eco que, de alguna manera
podemos percibir como un reflejo de la actividad cósmica total de la
cual hacemos parte.
Henos
aquí, frente a los despojos mortales de nuestra madre. Frente a ella,
solo podemos expresar nuestro profundo y
entrañable amor y agradecimiento. Su existencia y la de nuestro
padre, permitieron la nuestra. El amor compartido nos regaló el precioso
don de la vida, de nuestra vida.
Nuestra
percepción de su vida pertenece a nuestra intimidad y por ello mismo,
inenarrable.Su vida transcurrió en un
contexto cambiante; fue de las primeras mujeres que en su época
realizó estudios superiores que le permitieron incursionar con éxito en
el mundo laboral, a pesar de los obstáculos propios de una
sociedad que excluía la participación de las mujeres. Debió afrontar
así los retos que suponen ser a la vez ama de casa, esposa, madre y
empleada. De carácter apacible pero recio, de muy pocas
palabras; le costaba expresar (como a nosotros) los sentimientos,
pero era un secreto a voces el amor que sentía por toda su familia y
allegados, lo manifestaba con hechos, en
ocasiones poco claros, pero que aprendimos a interpretar con el paso
del tiempo.
Hoy, agradecemos sus desvelos, la fuerza de sus convicciones, agradecer
la firmeza de su carácter para educarnos e inculcarnos la vivencia de
los valores, agradecer cada consejo, cada regaño, cada
observación, cada diálogo; en lo personal, agradecemos
el permitirnos acceder desde muy temprana edad al
santosantorum de su biblioteca modesta pero selecta en la cual nos
asomamos por primera vez al mundo de Dostoievski, Tolstoi, Turgueniev
autores a los que era afecta.
Por último, agradecer su larga existencia, su incondicionalidad como
esposa, madre, hermana, abuela. Agradecer, agradecer, agradecer...
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