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domingo, 4 de abril de 2021

PALABRA DE MAESTRO: DEL SECTARISMO AL TOTALITARISMO

 

Por: Fare Suárez Sarmiento.


     Hace unos días subscribí una reflexión en procura de un acercamiento hacia los elementos constitutivos del populismo, sin hacer mención del fanatismo como fuerza potenciadora de este fenómeno contemporáneo.

     No hay duda de que el aspecto religioso fuera el mayor aportante a la causa populista; tal como lo expresa el escritor Yuval Harari quien “sitúa como uno de los orígenes del fanatismo el paso del politeísmo al monoteísmo”. Todos conocemos la historia sobre la sangre que se derramó hasta lograr que la iglesia católica impusiera la adoración a un solo Dios a fuego y fuego, cuando no a la amenaza, el engaño y la instauración del terror y la violencia que podrían ser ejercidos por Dios contra aquellos que negaran su existencia. Ese fanatismo inspirado en la crueldad podría confundirse con desequilibrio mental e insania, pero no, la pasión con la que adelantaba sus actos venía configurada con estrategias de demolición física de quienes pensaran distinto; incluso, la imposibilidad de acuerdo en el pensamiento y visión de mundo con la otredad sembraba el aislamiento social y el obligado encierro al lado de los que compartían sus ideas y conceptos, razón que valida lo expresado por Churchill: “fanático es alguien que no puede cambiar de opinión y no quiere cambiar de tema” cuando la identidad no solo se estructura al hacer parte de un grupo, como también al oponerse a otros grupos. Hablamos de rechazo, aversión, inquina, malquerencia y encono, sentimientos afines que provocan la constitución de una secta. Estos miembros sectarios violan preceptos legales, éticos y morales en la búsqueda de metas extremas, por lo que no les importa cometer atrocidades inimaginables contra los contradictores. El objetivo único siempre es el éxito al precio que sea.

     Dentro de las características del fanatismo hallamos el dominio del espíritu de partido o movimiento. Así mismo, la adhesión de las personas alrededor de unas ideas fundamentales de las que se piensa son las únicas ciertas. Ideas que no requieren ninguna argumentación, porque se inspiran en los prejuicios sociales y resaltan la crisis que vive la humanidad. Ideas cuyo contenido circula entre la población con carácter de verdad irrefutable debido a la autoridad y caudillaje de quien o quienes discursan sobre ellas.

     Rodrigo Uprimny (abogado, citado por Francisco de Roux) define al fanático “no sólo por lo que idolatra y está dispuesto a defender, sin importar el costo, sino también por lo que odia y está dispuesto a combatir, igualmente, sin importar el costo.” El fanático traduce su utopía en la creencia de que ha sido escogido para salvar a la gente de las desgracias a las cuales ha permanecido atada desde siempre. Su labor mesiánica le vale para inyectar en los seguidores falsas promesas de reconciliación con el bienestar, el desarrollo económico y la sepultura definitiva de la pobreza y la marginalidad. “El fanatismo es expansivo porque el fanático se quiere imponer, quiere eliminar al distinto, al visto de otro modo, quiere salvar a los demás y sacarlo de su modo de vida equivocado e infeliz. No se crea que la única manera de eliminar al otro es asesinándolo; al otro también se le elimina convirtiéndolo en alguien como uno”. La cooptación a través de la seducción persuasiva o de la compra de conciencia, también libera al fanático de las presiones que pudieran ejercer los medios de comunicación contrarios. Ya el fanático convertido en caudillo por sus acólitos amplía su poder tomando por asalto económico o con prebendas a los funcionarios de alto rango institucional. Estrategia que inmuniza los actos por fuera de las normas legales, que garantizan la hegemonía faraónica del caudillo.

     El dogmatismo absoluto que porta el discurso del falso mesías, adquiere un valor incuestionable que incita y excita el espíritu de cruzada e insta a los seguidores a combatir a los contrarios llamados detractores. La ceguera irracional de los fanáticos acentúa el egoísmo e incrementa la disposición al sacrificio personal y familiar en favor del grupo o movimiento; tal como lo cuenta Jonathan Haidt en su libro la mente de los justos donde afirma que “la moral que cohesiona a un grupo tiende a hacer a los integrantes de ese grupo ciegos frente a las evidencias o argumentos que contradicen su visión moral compartida”. Mientras el contenido discursivo del otro contradiga las tendencias y acciones de los fanáticos, el autoengaño y la radicalización asomarán sus altos niveles de oscuridad mental, tesis sembradas en la lógica del solipsismo (No puedo comprender al otro si no pertenece a mi grupo). De ahí, las posibilidades de conversión en sujetos peligrosos con fácil y rápido tránsito de las palabras a los hechos; es decir, uso de la fuerza para impulsar cualquier agresión lesiva contra el que piensa y actúa distinto. Acto que confirma el precepto de que “el fanático rechaza con vehemencia la duda, el cuestionamiento y el escepticismo. Todo aquel que pide pruebas, interroga, descree, se vuelve enemigo del fanático”. No hay posibilidad de diálogo, no se permite la refutación por medio de la argumentación que desvirtúe las verdades esgrimidas por el fanático.

     El fanatismo presenta expresiones donde las masas son la fuerza aportante y el poder para activarla contra el pensamiento divergente. Así lo muestran en el deporte, la cultura, la religión, la música y –desde luego– la política. Los fanáticos son sujetos rígidos con ideas sobrevaloradas e intolerancia al cambio y visión unilateral de la realidad. Los fanáticos precisan la presencia de un enemigo externo al que atribuyen todas sus frustraciones; ese enemigo puede traducirse en una situación alarmante, un estado de crisis o una afectación masiva que pueda también ser utilizada como cultivo para la exaltación constante del espíritu de los seguidores. En igual sentido el fanático siembra el sentimiento mixofóbico como pretexto para alejarse del otro alegando razones distintas, pero que facilita el agrupamiento sectario con los que piensan igual. La astucia del fanático líder lo lleva a promover movimientos sectarios que fabrican eslóganes, construyen discursos, crean colores distintivos con alguna fulguración que se insertan en la memoria de la gente.

    En poco tiempo, el caudillo se percata de la fascinación popular y prepara el escenario para la conquista de sus sueños. Su principal arma estratégica: el lenguaje chamánico que expresa conjuros contra todos los males que hierven en la sociedad y estragan directamente a los más pobres. Actos calculados, fanáticos con la investidura de soldados y ansias de poder que se toman por asalto todo lo que obstruya el camino para consolidar su fuerza. Aún los samarios y especialmente los docentes, recuerdan aquel diciembre aciago en que el entonces alcalde Hugo Gnecco Arregocés se llevó más de cinco mil millones de pesos destinados para la cancelación salarial de fin de año de los maestros del Distrito de Santa Marta. Ese fue el mismo que subió al podio de la alcaldía vendiendo la falsa esperanza de acabar con la dinastía Vives, entronados por mucho tiempo en los privilegiados escenarios de poder político. Y lo consiguió gracias a la compra inmisericorde y vergonzosa del voto junto con la utopía de cambio sembrada. Tanto, que hasta el coro de un disco vallenato quedó grabado en la memoria de los samarios por un largo período. “Se acabaron, se acabaron ya” aludía no tanto a la victoria de Gnecco como la alegría por la derrota de los Vives, según el cliché de sus fanáticos de aquel entonces. El estribillo que justificó el ascenso de Gnecco era que el pueblo samario no votó a favor de él, sino contra la dinastía Vives.

      En la actualidad, hallamos un fanatismo pluralizado, escindido en varias corrientes de expresión. Contamos con un fanático insertado en el pensamiento de Abraham Lincoln: “todos los hombres nacen libres, pero es la última vez que lo son”. Aludimos a los sectores estupidizados por una tendencia ideológica falsa que se ha movido en espacios sangrientos como la connivencia con paramilitares, una falsa ideología política que ha surcado caminos de esperanza como la izquierda democrática y una ideología conductista que basada en la exaltación ideoléxica semejante a la de Gnecco robotiza al ejército fanático y lo sitúa en franquía para que detenga cualquier asomo de rebelión ideológica contraria. Esta facción de la secta atingida, sumisa y cosificada es la que más se aproxima a la caracterización del fanatismo anotada líneas arriba, aunque no se lo lleva todo, le reserva una fuerte dosis de ninguneo al fanatismo por interés personal. Aludimos al trozo de correligionarios equipado con intelectuales, profesionales con paredes llenas de títulos y diplomas honoríficos, jóvenes ávidos de un presente esperanzador que lo ayude al trazo de un futuro sin afugias ni vicisitudes. El marcado interés personal traducido en desempleo – principalmente– de estos fanáticos fugaces es mantenido en alerta y bajo disimulada vigilancia por el cortejo selecto que reporta los actos al caudillo, quien sospecha que entre más formación profesional tenga un fanático, mayor será el riesgo de cambio de bando, razón suficiente para retenerlo con amenaza de que, si no es con él, no será con nadie, como reza el adagio popular del marido dominante y maltratador; muy semejante al wellerismo de Eric Hoffer. “la gente que muerde la mano que lo alimenta, normalmente lame la bota que lo patea”. Nos preocupa –eso sí– la pírrica distancia entre el fanatismo y el totalitarismo. A veces creemos que el abrazo entre los dos tiene lugar cuando el caudillo enajena, humilla y pordebajea hasta a su comité de aplausos.

 

domingo, 28 de marzo de 2021

PALABRA DE MAESTRO: AQUELLA ESCUELA, AQUEL MAESTRO

                 

                                                                                                                                                                                                                                                                         Fare Suárez Sarmiento

            



     No hay que realizar operaciones mentales complejas para descubrir las manifestaciones afectivas de las generaciones anteriores por el sistema educativo de sus tiempos. El magiscentrismo, como única vía dinamizadora de la enseñanza no admitía reparos ni rechazos. Al contrario, el reconocimiento social contribuía a fortalecer su investidura de ethos de la ciencia y las humanidades. No era para menos, como exclusivo poseedor del saber no daba tregua discursiva, en tanto la petrificación del ingenuo y pasivo auditorio se volvía menos dolorosa debido al recital histriónico de los contenidos. Maestros que deslumbraban por el derramamiento prodigioso de los temas, sin consideración alguna frente al calambre de dedos y manos de unos neófitos que invertían cientos de páginas en dictados que luego tendrían que aprender de memoria. De igual manera, la monofonía era condición para que la linealidad de la enseñanza desembocara en el aprendizaje. (Hoy, la sociología de la educación ha demostrado que no existe relación dialéctica entre enseñanza – aprendizaje, y la sicología ha reforzado este principio, comprobando que se aprende lo que se quiere, no lo que el maestro determina).

     Solo la voz del maestro se mecía entre las paredes del aula y regresaba a sus oídos sin interferencia alguna. Durante la jornada académica, el auditorio movía el dial, no para cambiar de programa sino de voz. La magia de la palabra apenas era recuperada por los niños y jóvenes durante el receso escolar, punto de encuentro polifónico donde realmente se activa la conciencia comunicativa con la insolvente condición del turno, en la búsqueda de su “socialización primaria” es decir, principios y fundamentos, éticos, morales y sociales a través de las realizaciones lingüísticas con los que el niño llega a la escuela y facilitan su adaptabilidad.

     Esta rutina pedagógica de mediados del siglo XIX y muy entrado el siglo XX, se constituyó en una respuesta, una forma de linchamiento pedagógico contra la mayoría de los “sistematizadores”, cuyos métodos de enseñanza en la antigüedad no alcanzaban para el abanico de áreas del conocimiento exigidas en la nueva concepción de educación. Los propósitos de la enseñanza de los sofistas y sus sucesores “enseñar a los hombres a ser elocuentes” recogidos luego por Platón y Aristóteles –entre tantos otros– mantuvieron su génesis, aunque ampliaron sus pretensiones iniciales; tanto, “que ha sido la única práctica (junto con la gramática, nacida después de ella) a través de la cual nuestra sociedad ha reconocido al lenguaje su soberanía” (R. Barthes, p. 89). Ese reconocimiento social planteaba otro reto: “entrenar maestros que fuesen capaces de conceptualizar todos los aspectos de la vida, así como sintetizar la teología cristiana, la antigua filosofía y la ciencia” (S. Kemmis, 1.993) en una clara exposición del escolasticismo de Tomás de Aquino, siempre con prevalencia de la práctica retórica. Ya en el siglo XVII “El Método de la Naturaleza” de Johann Amos Commenio (1.592 – 1.670) irrumpe para dar paso a una mirada menos elitizada del uso del lenguaje. La retórica antigua, sin invalidar su importancia en la aristocracia occidental, deja de ser objeto de enseñanza generalizada obligatoria y cede terrenoal “énfasis especial en el lenguaje ordinario y en el saber del mundo corriente, el empleo de un presunto orden de la naturaleza, como base para el aprendizaje sobre el mundo.”(Ibíd., p.35). Desde entonces se incorpora a la educación una filosofía ajena a los postulados atenienses y romanos: “educar para gobernar” a partir del uso somnoliente del lenguaje enmarcado en estructuras retóricas. Una filosofía que vincula al sujeto con el entramado social y lo reconoce como eje potenciador de los proyectos culturales y científicos, principalmente. Se educa –entonces– “para la vida” en la búsqueda del desarrollo desde lo colectivo, pero focalizado en el recién aparecido concepto de ciudadanía.

     El lenguaje retórico abre el camino al académico y se pregona la aceptación del pragmatismo lingüístico en la escuela, en atención a la relevancia de los actos de habla en circunstancias comunicativas concretas; sin embargo, el objetivo fundamental de la educación (perviviría casi un siglo) despeñó hacia el olvido tal propósito al promulgar que la Gramática era “el arte de hablar y escribir correctamente” desde lo cual se derivaría “leer, hablar y escribir correctamente”. Es decir, el “énfasis especial” Commeniano, sería sepultado junto con su interés de que la diasfria (sociolecto) del lenguaje corriente se validara como medio para lograr el aprendizaje. Los códigos sociales, culturales y grupales serían restringidos a los espacios lingüísticos externos a la escuela, y en la violación de este principio, el sujeto sería estigmatizado, censurado y clasebajeado. Así mismo, las manifestaciones idiolectales servían de marco para descifrar las circunstancias socio-culturales de las familias. La cientificidad del lenguaje simbólico y el semanticismo del discurso académico, generaron un choque entre el sujeto propietario de unas formas del decir y las normas escolares con su natural regulación de la práctica lingüística, de tal manera que los niños y jóvenes se sentían amenazados, debido a que su lexicón quedaba en evidencia por la satanización inmisericorde del maestro.

     EL MAESTRO “Ser siempre el mismo sin ser jamás lo mismo” (Savater)

     Entidad síquica que da apertura a la exposición en el aula, impone las reglas para el consumo y establece las condiciones para que su voz halle eco en los alocutarios. Carece de discurso propio. Más allá de la repetición del contenido objeto de enseñanza, sus posibilidades expresivas sufren la prisión de los esquemas mentales forjados por el eidis, convertido en la razón de ser de su causa pedagógica. El rigor del academicismo no da margen de maniobras discursivas por fuera del saber parcelado, entregado en pequeñas dosis a los alumnos sin considerar quiénes serán los beneficiarios, quiénes querrán salir huyendo para evitar la tortura del retumbe de su voz o quiénes se compadecerán de su esfuerzo y entrega. Desde luego que no; “el cumplimiento del deber” lo exonera de la culpa por aquellos que no aprendieron; poco importan los estilos, los ritmos y las prevalencias genéticas. Él puede demostrar que “ha cumplido con su deber” con sólo exhibir los cuadernos de los alumnos.

     La bulla, el escándalo y las voces atropelladas durante la jornada académica violan los códigos cerrados del aula. El fin último del lenguaje queda fracturado por la autoridad del maestro. La comunicación queda reducida por la instauración de las relaciones de poder. La articulación del lenguaje con los actos académicos queda subsumida por su voluntad, único poseedor de la palabra, mientras los niños y jóvenes se derriten en deseos de oírse e intercambiar experiencias sobre hechos de su ideario infantil y juvenil, fácilmente convertibles en objetos de enseñanza. Pero ello no es posible porque debilitaría la exhibición de poder del maestro. En estas condiciones, las voces tímidas apenas se perciben en respuestas monosilábicas, y el maestro, ya exhausto, trata de restablecerles la dignidad arrebatada mediante clichés del orden ¿entendieron? O ¿alguna pregunta? Generalmente la respuesta queda inscrita en la opción de no responder, como una estrategia tácita para mitigar el aburrimiento y liberar los oídos de la tiranía sonora del maestro, porque “el silencio, pues, tiene auténtico valor comunicativo cuando se presenta como alternativa real al uso de la palabra” (Escandell Ma. p. 43) decisión válida de la cual pocas veces el alumno se lamenta; más bien, funge como víctima que ha logrado escapar del yugo discursivo del maestro, quien en forma inconsciente secuestra la voz de los alumnos e impide que el aula se inunde con la riqueza sociolectal, la cual podría ser asumida como una epifanía ( ̈*) que logre despertar su numen pedagógico.(*) Del griego epifáneia: brillo súbito.

     En las marcas de las relaciones de poder arraigadas en el aula, se cuenta la fórmula farisaica “haga lo que mando y no lo que hago” (Freire, p.15) como estrategia de mantenimiento del control. El lenguaje no fluye desde todas las direcciones. La búsqueda, el asombro y la curiosidad natural del niño por conocer los saberes y por descubrir sus significados aumentan los miedos del maestro de enfrentar situaciones de enseñanza lejos de su dominio. Lo que el maestro hace y dice no es cosa distinta de la construcción de un dique de contención que repele cualquier conato de imitación. Su discurso académico se erige sobre la tarima privilegiada del ethos del conocimiento y propietario absoluto de la verdad. Aunque –como ya se ha expresado– una verdad hurtada que recita sin ningún asomo de vergüenza, puesto que “la verdad sólo circula en voz baja y entre los pobres “(Cultura popular y cultura de masas, p.84) tal es el caso de la ciencia, cuya representación simbólica se extrae de los textos y se incorpora a la cotidianidad académica del aula como si se tratara de contar con los dedos. No existe una traducción mediatizada por el maestro que permee las estructuras rígidas científicas para que la transferencia de la información logre convertirse en conocimiento con la activación del dispositivo cultural del alumno. Por ende, no habrá, tampoco, garantías de aprendizaje ni aceptables niveles de comprensión del fenómeno científico mientras perviva la consuetudinaria práctica de repetición de preceptos descontextualizados del imaginario cultural de la escuela.

     Para el caso del lenguaje, los niños –sobretodo– padecen la insolencia de las reglas gramaticales cuando comprueban el saber edumétrico del maestro; normas que le van castrando la espontaneidad comunicativa y enfatizando el miedo a expresar lo que siente. Instrumento de control que el maestro utiliza para promover la inequidad en la medida en que resalta los talentos, sin atender –insisto– las dominancias genéticas. En esa universalización del discurso académico, se corre el riesgo del propiciamiento de la deserción escolar temprana y del temor al fracaso en los intentos de participación oral. Es decir, el maestro enseña desde la atomización lingüística, mientras el niño “aprende” por obligación académica. Estructuras gramaticales que obstaculizan cualquier asomo de interacción discursiva y fuerzan a profundos niveles de abstracción normativa; ejes de enseñanza que enmudecen al auditorio y pulverizan su escasa enciclopedia lingüística, en una clásica “educación bancaria” como lo consigna Paulo Freire: “En vez de comunicarse, el educador hace comunicados y depósitos que los educandos, meras incidencias, reciben pacientemente, memorizan y repiten. Tal es la concepción “bancaria” de la educación, en que el único margen de acción que se ofrece a los educandos es el recibir los depósitos, guardarlos y archivarlos...” (p. 52).

     El maestro, como propietario de la palabra, activa permanentemente su acto perlocutivo para provocar acciones que acentúen la obediencia y la sumisión, en detrimento de la comunicación. La innata relación dialógica del alumno se coarta en la vía del cumplimiento de órdenes emanadas tanto del maestro como de los contenidos de enseñanza. La parlanchinería, la narración de sueños y la exageración del deseo, pierden su riqueza interactiva en el aula porque los cánones academicistas hacen brillar el imperio de las normas. En este aspecto, “la pedagogía sistemática aparta al maestro del mundo de la vida y por ello no da cuenta de su cotidianidad, pues ella se expresa en una realidad que se ha vuelto metáfora, en tanto es recorrida por un lenguaje de desolación, no interactivo, incapaz de concebir el reconocimiento del otro, encarnado en un mundo que amenaza con rebasar la escuela, a los maestros y a los investigadores.” (Jesús Echeverry, p. 137).

                                                    

lunes, 26 de octubre de 2020

PUNTOS DE INFLEXIÓN

                                                                                                     


Tal vez, la escasez de respuestas frente a las insaciables preguntas acerca de la voracidad del enemigo invisible bautizado Covid 19 ha mantenido a la gente maniatada con una fuerte carga emocional, sin destino donde lanzarla. Podría parecer ingenuo tratar de explicar por fuera de la antropología, sin acercarse a la sociología y muy lejos de la psicología de masas, los eventos dantescos que han tenido lugar en el lapso de la pandemia los cuales resisten más de una explicación, pero ya la historia reciente del país se ha encargado de sentenciarnos a la perpetuidad del derrame de sangre, no obstante aquel abrazo judaico entre Alberto Lleras y Laureano Gómez en 1.958 después del exterminio de más de trescientos mil pobres que cayeron durante la violencia propiciada por el bipartidismo encabezado por ellos.


Han circulado voces defensivas de un grupo, con el mismo fervor con el que han llenado de argumentos quienes han padecido el dolor de la muerte. Unos pretendiendo abrazar los actos violentos con los preceptos constitucionales y los amparos legales, mientras que la mayoría, las voces cuyo eco traspasó las fronteras de la geografía nacional, se aferra al derecho a la protesta e implora justicia por los muertos caídos como evidencia del poder de las armas en manos de los primeros. Acusaciones y justificaciones sobre la legitimidad del uso de la fuerza letal no cesan a lo largo del continente americano y allende. Las víctimas no causan llanto sino indignación, coraje, resentimiento, se usan como pretexto, o tal vez motivación, para llenarle una página más al gobierno obsecuente, productor de miles de hojas escritas con sangre cuyos dueños soñaban desde la otra orilla sueños libertarios. Pero al fin nos damos cuenta que ya se asoma sin vergüenza el sutil fascismo de un grupo de poder que hará lo que sea necesario, como así lo registra la historia del país, para sostenerse y mantenernos lejos de sus expresiones excesivas de mandato. Oscar Wilde tenía razón cuando dijo que los ojos de la costumbre suelen hacernos ciegos a muchas cosas de la realidad. Es más, la sistemática ocurrencia de violación de derechos humanos junto a los asesinatos selectivos se nos exhiben como eventos noticiosos que se matriculan en la bitácora oficial para comparar estadísticas con años anteriores.


Colombia no debe aceptar la reducción de esta tempestad a un simple relámpago, las voces tienen que mantener su ruido en torno a lo que podría devenir y estar en franquicia para situar el debate político en todos los escenarios que convoquen masas capaces de leer los intersticios que proponen los mandos políticos y militares para legitimar las acciones policiales y de ello, santificar las futuras agresiones criminales. Esa posibilidad que está hirviendo en las huestes del gobierno debe ser desvirtuada en escuelas, universidades y agremiaciones sociales, políticas y sindicales, rechazada en las calles y derrotada en los estrados judiciales. Si la impunidad brilla como siempre, las garantías de vida sólo se validarán encerrados en casa, de lo contrario, las masacres “legítimas” serían olvidadas más pronto que las cincuenta y ocho reportadas por Indepaz en lo que ha corrido del presente año.


Si este momento de cálida efervescencia política admite que este gobierno securitice las tragedias producidas por la represión criminal, y conduzca las preocupaciones de la sociedad a otros escenarios, podremos contar con que esta sangre derramada también llenará los archivos estadísticos policiales. Si el ímpetu derrochado durante la confrontación con las fuerzas policivas se enfría en un inesperado desvalimiento, no habrá forma de que el imperio de la justicia vierta todo su poder constitucional contra los asesinos del Estado para que los muertos le sonrían a la paz por la que dieron su vida.


Nos ha dicho William Ospina: “los dueños del país tienen que sentir alarma ante esto que no han sabido evitar con su poder. Esos millones y millones de pesos que nunca fueron capaces de invertir en evitar los males de la pobreza los tienen que gastar en armas para reprimir a los hijos del resentimiento y de la miseria.” Hablamos de la llama que aunque apagada los tiene que alertar del poder devastador cuando medio se enciende para resistir las embestidas salvajes de los agentes de represión del Estado, o –como en la mayoría de los casos- defender los derechos primarios humanos, sociales y políticos.


Es cierto que el viejo país se incendió el 9 de abril de 1.948; desde entonces hemos asistido a varios intentos de reconstrucción sin el éxito deseado; tal vez por eso, las luchas sostenidas en el campo fueron columpiándose entre la incredulidad y más tarde desesperanza del precariado; y los ninguneados y el rechazo a las llamadas distintas formas de lucha, respaldadas por el histórico adagio La nueva Colombia viene en camino, quizás el escenario de guerra válido y aceptado por unanimidad planetaria sea la urna. Quizás los puntos de inflexión reseñados no satisfagan los anhelos libertarios de la mayoría de los colombianos; quizás-también- la empatía que en el pasado reciente emanaba de un par de candidatos probos y con el país metido en la cabeza ha sido viralizada por las escenas de reproche social publicadas por todos los medios de información y de comunicación, que los sitúan en circunstancias políticas igualitarias con los candidatos y actores de la ultraderecha nacional. Quizás tengamos que prestarle atención a Eric Hobsbawm cuando nos dice que “las sociedades en caída que depositan sus esperanzas en un salvador, en un hombre (o una mujer) providencial, están buscando a alguien incondicional, combativa y agresivamente nacionalista: alguien que prometa dejar fuera el planeta globalizado, cerrar unas puertas que perdieron hace mucho tiempo sus bisagras y que por ello son totalmente inútiles.” Tiene ya la Nueva Colombia agendado a algún alguien ?

 (Naciones y nacionalismo desde 1.780)

                                                                                                                                          Fare Suárez Sarmiento

                                                              

jueves, 20 de noviembre de 2014

DOS FORMAS NARRATIVAS: RELATO Y CUENTO


En el ejercicio de la literatura conviven el relato y el cuento. Ambos son formas narrativas que en su origen tienen parentesco con la antigua épica, que con el tiempo se transformó en novela, cuento, relato y fábula. Primero fue la epopeya, cuando los géneros clásicos eran la lírica, la épica y la dramática. Después la épica comenzó a tratar temas particulares--habían desaparecido las acciones de los dioses y poco se atendía a los relatos sobre semidioses y héroes universales-- y la vida del hombre común y corriente mereció ser destacada en literatura. Entonces la épica se transformó en novela, cuento y relato. Todo lo expuesto hasta ahora nos permite concluir que no es lo mismo un cuento que un relato. En efecto, señalemos algunas diferencias:

El relato es una narración menos rigurosa que el cuento. Su estructura no sigue normas rígidas, por lo cual el narrador puede combinar a voluntad elementos anecdóticos para conformar una historia que muchas veces parece contada a retazos. En el relato se tiene en cuenta más lo que sucede que la vida o el comportamiento de un personaje en particular. Además, el relato, por su estructura abierta, puede hacer parte de una unidad narrativa mayor, más extensa, como la novela.

El cuento es una narración en la cual las acciones giran en torno a un núcleo o eje temático generalmente constituido por uno o pocos personajes. En el cuento la acción aparece condensada, aferrada al personaje. Puede decirse que las acciones envuelven al personaje con el fin de caracterizarlo y resaltar sus notas distintivas. En un cuento las acciones no se diluyen; no hay espacio para introducir digresiones explicativas; eso, además, restaría fuerza a las acciones. Es decir, en el cuento los personajes se explican a sí mismos mediante sus acciones. Esta situación es mucho más evidente cuando se trata de un cuento psicológico.

Hay innumerables ejemplos de cuentos que pueden tomarse como modelos a la hora de incursionar en este género literario. Los narradores principiantes obtendrían conocimientos valiosos con la lectura y el análisis de cuentos como ‘El perseguidor’ de Julio Cortázar y ‘El cautivo’ de Jorge Luis Borges. Aunque se trata de narraciones con estructuras totalmente diferentes, se advierte que no son relatos sino verdaderos cuentos. En ‘El Cautivo’ puede notarse que si el autor hubiera tratado de alargar el cuento, habría dañado una de las más logradas obras cortas de Borges.

Para aclarar más el tema pensemos en ‘El lazarillo de Tormes’, narración picaresca en la cual un joven huérfano cuenta su vida de servidumbre bajo la autoridad de varios personajes, cada uno de los cuales perteneciente a diferentes clases sociales. Pues bien. El chico, que es un pícaro y a cada instante se las ingenia para ganarse la vida, se convierte en auxiliador de sus sucesivos amos o patrones. Sin él ellos no podrían sobrevivir. La obra es una sucesión de cuentos. El personaje es Lázaro, y la obra, estudiada como modelo de la literatura picaresca española, ha soportado la crítica por más de cuatro siglos y medio.

Por último, como la modestia nunca se deja tan “aparte” como se pretende hacer creer a los demás cuando ponderamos algo nuestro, recuerdo ahora que mi libro ‘Espejos astillados de la memoria’ no es una colección de cuentos sino de relatos.  

sábado, 15 de noviembre de 2014

LOS MÁS CERCANOS A GARCÍA MÁRQUEZ ANTES DEL NOBEL




                                      Por: José Alejandro Vanegas Mejía 
                     
Siempre que se habla de Alfonso Fuenmayor surge su imagen asociada a Gabriel García Márquez. De hecho, el Nobel colombiano lo menciona en ‘Cien años de soledad’. En esa obra es uno de los jóvenes asiduos contertulios en la librería del catalán Ramón Vinyes. También está Fuenmayor entre los amigos entrañables de Agustín, muchacho dueño del gallo en ‘El coronel no tiene quien le escriba’.
Pero, ¿qué sabemos de este barranquillero que sin duda influyó en la vida literaria de García Márquez? Paradójicamente, Fuenmayor no fue lo que en rigor se conoce como escritor, término aplicado casi con exclusividad a los novelistas, cuentistas, dramaturgos y ensayistas. El periodismo absorbió la actividad de de este amigo de Gabo; prefirió dedicarse de tiempo completo a la publicación de artículos en la prensa, aunque de alguna forma se asomó al campo editorial con el volumen titulado ‘Crónicas sobre el Grupo de Barranquilla’ publicado en 1978. José Félix Fuenmayor, padre de Alfonso, sí es conocido como escritor: sus obras “Cosme”, “Musa del trópico”, “Una triste aventura de catorce sabios” y el libro de cuentos “La muerte en la calle” tienen un sitio en la literatura colombiana. Alfonso Fuenmayor era el de más edad en el Grupo. Nació en 1917 y murió en 1994. Fue él quien descubrió que en un sector de Barranquilla existía un sitio llamado originalmente ‘El Vaivén’ y allí acudió durante muchos años con sus amigos para conversar sobre literatura y otros temas culturales. Encontraba siempre en ‘La Cueva’ a sus amigos Germán Vargas Cantillo, Álvaro Cepeda Samudio, Gabriel García Márquez y al pintor Alejandro Obregón, entre otros. Con su prosa cautivante, apoyada en sus profundos conocimientos, ilustraba a los asistentes: no en vano poseía una biblioteca de más de siete mil libros y era empedernido visitante de la librería del Sabio catalán.
Otro de los amigos de ‘La Cueva’ fue Germán Vargas Cantillo (1929 - 1991). Tenía fama de ser el colombiano que más rápido leía textos escritos por otros; por eso participó como jurado en innumerables concursos literarios. Prologó muchísimas obras. Fue director general del Instituto Nacional de Radio y Televisión; también director de la Biblioteca Departamental del Atlántico, además de columnista del diario El Heraldo de Barranquilla, entre otros cargos. También fue Germán Vargas corresponsal de El Liberal, dirigido por Alberto Lleras Camargo y periodista de planta del periódico El Nacional. Publicó las conocidas columnas ‘Un día más’ y ‘Una ventana al mar’ en El Heraldo.
Álvaro Cepeda Samudio nació en Ciénaga en 1926. Murió en Nueva York en 1972. Se le considera uno de los grandes promotores de la cultura colombiana de la segunda mitad del siglo XX. Estudió periodismo en los Estados Unidos, donde adquirió una visión moderna de ese oficio. Él introdujo en el país la tendencia llamada ‘Nuevo periodismo’, que combinaba crónicas noticiosas con visos de literatura; sin duda Hemingway le había dejado un valioso legado. En la narrativa sus obras son ‘Todos estábamos a la espera’ (1954), ‘La casa grande’ (1962) y ‘Los cuentos de Juana‘ (1972). El ‘Grupo de Barranquilla’ platicaba sobre Faulkner, Cortázar y todas las novedades literarias conocidas por ellos, pero sobre todo, como dice el crítico Nicolás Pernett, se dedicaban “a mamarle gallo interminablemente a la vida”. Con frecuencia se busca la cercanía de los famosos; pero los primeros amigos que tuvo García Márquez, los que decidió mencionar en sus obras fueron pocos, entre ellos Rafael Escalona.