Se levantó temprano, como acostumbraba; a
las cuatro y media ya se había bañado, aseado y cambiado; estaba tomando la
taza cargada de café con laurel; antes, en ayunas había consumido el medio vaso
de agua tibia con el jugo de dos limones, una costumbre prepandémica; desde
hacía más de una década hacía exactamente lo mismo.
Y otro recuerdo: Esa misma noche había soñado que alguien de su familia moriría pronto.
— ¡Mierda!, qué vaina ¿no?
Se dispuso a escribir, otra costumbre de
su férrea disciplina. Colocó la almohada sobre la silla y comenzó su labor;
escribía en ese momento cuentos sobre la pandemia, había titulado el posible
libro: “Cinco retos a la pandemia”. Eran historias que había guardado
celosamente en su memoria; y, ahora le parecían las apropiadas para
perfeccionarlas durante el confinamiento y la cuarentena a la cual estaba
sometido.
Cuando escribía, se aislaba totalmente del
mundo exterior, permanecía absorto por horas sin que se percatase de nada de lo
que sucediese a su alrededor; sin embargo, notó la sombra que pasó detrás de
él; supuso que era su mujer, volteó a mirar, pero no había nadie; la puerta de
la habitación estaba cerrada; bueno, los sentidos lo habían engañado. Sonó el
celular, un primo suyo le informó:
—Mi
mamá acaba de morir.
Dos veces en su vida, le había ocurrido
lo mismo. La primera vez ocurrió muchos años antes cuando trabajaba en el
interior del país; estaba casi en la misma posición de ahora con relación a la
disposición de los muebles y la iluminación; la única diferencia era que estaba
sentado frente a una máquina de escribir portátil, marca Remington. En aquella oportunidad, había fallecido otro
de sus tíos mayores. Su hermano menor que se encontraba de visita aseguró que
le habían agarrado los pies.
Volvieron a su memoria las historias de su
abuela Elena quién afirmaba que él tenía el don de sanación que la familia
había poseído por generaciones; cuando un niño tenía el “mal de ojo”, ella lo
llevaba hasta la casa del infante y le pedía que pusiera su mano sobre la
frente del bebé, quien misteriosamente se curaba luego de tres días de repetir
el rito; además de reconocer el momento del fallecimiento de un familiar.
Cuando creció y estudió, encontró todas
esas historias irracionales y faltas de objetividad y se alejó de las prácticas
que calificaba como productos de la ignorancia, la superstición y el engaño.
Cuando mucho, aceptaba que la fe de los supuestos pacientes hacía que estos mejoraran.
Recordó
la frase de la quinta escena de "Hamlet":
—“Hay más cosas en
el cielo y en la tierra, Horacio, de las que han sido soñadas en
tu filosofía.
Y otro recuerdo: Esa misma noche había soñado que alguien de su familia moriría pronto.
— ¡Mierda!, qué vaina ¿no?
Miércoles
17 de junio:
—¡Oiga,
los trastos de la cocina lo están esperando!
Levantó
la cabeza; con gesticulación involuntaria la movió con gesto negativo, miró
hacia la ventana, alcanzó a divisar la figura de la mujer
—¡Ya van a comenzar! ¡Otra vez!
—¡Ya van a comenzar! ¡Otra vez!
Se
inclinó nuevamente sobre el teclado del computador; sin embargo, transcurrió
solo un momento.
—¡Oiga!
¿hasta cuándo?
—¡Cállate,
loca!
—¡Hijueputa!
¡Espérese para que vea!
Los
gritos e improperios provenientes de la casa de enfrente, alimentados por la
vecindad, hicieron que abandonase la preparación de la clase. Se levantó y se
acercó a la ventana; la mujer blandía un palo de escoba, mientras el hijo, un
muchacho de dieciséis años, trataba inútilmente de saltar la reja; los golpes
con el palo azotaron la espalda y la cabeza, uno de ellos, abrió una brecha en
el arco superciliar izquierdo del cual comenzó a manar abundante sangre; el
muchacho se encogió en una esquina de la reja; la paliza continuaba.
No
se pudo contener, le gritó desde la ventana:
—¡Oiga, lo va a matar!
Ella lo
miró fijamente y le respondió:
.
.
—¿Y
a usted qué le importa?
Los
vecinos, vendedores ambulantes y transeúntes desprevenidos se habían aglomerado
en toda la cuadra. Alguno, desde lejos, le espetó:
—¡Hey!, ¿Vas a matar al pelao?
Uno
más, desde la acera de enfrente gritó:
—¡Llamen a la policía!
Ella, se enfrentó a todos, el repertorio de obscenidades era inacabable,
Una patrulla motorizada de la policía, seguida de dos camionetas patrullas con doce
agentes, una ambulancia con tres paramédicos se hicieron presentes. Para entonces, la calle parecía lista para un allanamiento o un operativo antidrogas. El oficial, luego de enterarse por los vecinos
del suceso, se acercó hasta la reja para tratar de dialogar con la enfurecida
mujer, pero esta también lo insultó sin ningún miramiento; el oficial se retiró prudentemente hasta el parqueadero ubicado al final de la cuadra, realizó
algunas llamadas y ordenó a sus subalternos que custodiaran la vivienda y
no permitieran que ninguno de sus ocupantes saliera de ella.
Al cabo de una media hora, la prensa local, el
Bienestar Familiar y un juez llegaron hasta el sitio; la mujer se negaba a
aceptar razones por lo cual el juez ordenó que rompieran los candados, sacaran
al muchacho y lo llevaran hasta el Bienestar Familiar. Cumplir con la orden del juez fue difícil, tuvieron que intervenir los paramédicos y ponerle una camisa de fuerza a la
enloquecida mujer.
Jueves
18 de junio
—Ochenta
y seis días de cuarentena—Menos mal que mañana ya abren casi todo—Puedo ir al
Centro comercial—y también puedo…Observó con atención el monitor del
computador. Leyó los titulares del periódico virtual; algo llamó su atención:
en la parte superior, vio un aviso de un aula virtual que ofrecía un test para
medir el coeficiente intelectual. Siempre había deseado hacerse uno, Dudó un
momento, pero su innata curiosidad venció los reparos y las dudas; comenzó el
test, Consideró las preguntas muy fáciles; se referían a relaciones entre
palabras, figuras faltantes, fichas de dominó, naipes. Llegó a la pregunta
treinta. Súbitamente, apareció un aviso:
“Espacio privado, sus datos se guardarán” Desapareció el test y no pudo
volver a encontrarlo.
Sábado 20 de junio
Estaba preocupado, Se dispuso a encontrar
el test; examinó todas las redes, incluida la “red profunda”. Al fin, después
de más de tres horas de búsqueda exhaustiva, lo encontró; ya había urdido un
plan. A propósito, respondió mal cuatro de las preguntas de las cuales tenía la
certeza de sus respuestas. Cuándo llegó a la pregunta treinta, otro aviso le
anunció: “pague con cualquier tarjeta de crédito para obtener su C.I.”,
publicidad sobre el coeficiente intelectual de actores y actrices famosos. Hizo
la operación financiera e inmediatamente le llegó el resultado. Todo dentro de
los parámetros esperados: 86.66 (entre 80 y 120 y una media de 103 se
consideran normales). Su preocupación creció. Consultó ´por teléfono con varios
de sus amigos; hubo toda clase de comentarios, teorías conspiratorias,
vigilancia e intervención de toda la información escrita, vigilancia de la
vivienda…
—¿Qué
es lo que me está pasando?
"Cinco retos a la pandemia". Álvaro Gómez Castro
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