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martes, 1 de junio de 2021

EL HOLOCAUSTO DE LOS PRÍNCIPES DE ÉBANO

 


 

EL HOLOCAUSTO DE LOS PRÍNCIPES DE ÉBANO

 

       Los príncipes Akín Yakubo y Zunduri Nwankwo, primos entre sí, se bañaban en una de las playas del estuario formado en la desembocadura por el caudaloso e imponente río Níger; ya habían almorzado con “oghwo amiedi” o “banga”, una especie de sopa hecha con el agua y el fruto de la palma, siluro y especias endémicas de África y “ẹ̀bà” o “garri”, tortillas preparadas con harina de yuca y ñame cultivados por los nativos en las tierras anegadizas aledañas a uno de los canales del estuario. El muchacho era de elevada estatura, delgado, musculoso, de piel lustrosa por el aceite de coco; aparentaba mucha más edad de los catorce años que tenía. Poseía una habilidad pasmosa para trepar las palmeras de una manera muy peculiar, sin abrazarse al tronco, se sostenía únicamente con las manos y las plantas de los pies, subía fácil y rápidamente, luego, cuando llegaba a lo más alto del tronco, se encogollaba para arrancar los preciados cocos y tirarlos desde allí. En la mañana del día anterior había tumbado y recogido ciento cincuenta por encargo de su madre Diara, quien los tenía dispuestos para el trueque que se había convenido con otra tribu vecina para el siguiente día.

 

     La aldea estaba situada al final de una suave pendiente en una explanada desde donde se alcanzaba a divisar una pequeña parte del estuario y más allá, el mar; eran unos sesenta bohíos construidos alrededor de la casa ceremonial dedicada a Olodumare, el “Omnipotente”. Pertenecían a la etnia urhobo y algunos años antes, en medio de las guerras de los yorubas y la disgregación del Imperio de Oyo luego del suicidio por honor del “alafín” (rey) Aole al ser repudiado por sus súbditos debido al sacrilegio de intentar atacar la ciudad de Apomu, protegida por la ciudad santa de Ife;  y,  posteriormente, ante el avance incontenible de las fuerzas musulmanas bajo el mando de Osman dan Fodio, un numeroso grupo liderado por el príncipe Ajani Yakubo huyó de Ibadán; fueron tiempos aciagos: largas y penosas travesías abriendo senderos por la selva inexplorada, confrontaciones sangrientas con otras tribus, expuestos continuamente a los ataques de las fieras salvajes, pero lograron escapar de una segura y cruel esclavitud.

     Finalmente, llegaron a un sitio paradisiaco, se asentaron en el lugar en el cual prosperaron. Ajani como fundador de la nueva población estableció reglas que incluyeron la división del trabajo según las castas, el género, la edad y el oficio de los habitantes: guerreros, cazadores, pescadores, agricultores y artesanos.  Se dedicaron a la caza, la pesca y a los cultivos de pancoger, la yuca, el ñame, las especias, en especial el ´Egusi´, semillas de melón africano molido, usado para preparar una de las sopas más elaboradas de Nigeria y que aún hoy, constituye un plato gastronómico muy apetecido, el “Okro” (quingombó) y el Jengibre; a pesar de que eran casi autosuficientes, mantenían un activo comercio basado en el trueque con otras tribus amigables vecinas ubicadas en el delta. Ese día los padres de ambos, Ajani Yakubo, jefe de la tribu y su cuñado Aleía Nwankwo; acompañados por el grupo de cazadores, regresaron con las manos vacías de la cacería de venados que habían emprendido desde la noche del día anterior, les habían permitido ir hasta el río mientras los hombres hacían la siesta y las mujeres recogían y apilaban los productos que intercambiarían por cacahuete, “taro” (malanga), sal de Namibia, maíz y mandioca.





          Saudades”, un pequeño pero veloz “blockade runner” fondeó a unos trescientos metros de la playa; el capitán Flavio De Sousa ordenó a los tripulantes que desembarcaran para la cacería de negros y se aprovisionaran de agua y víveres, dio órdenes precisas, enfatizó en la cantidad de negros que debían capturar, –– No más de ciento veinte –– advirtió rotundo.

 

      ––¿Qué hacemos con los demás? ––interrogó el oficial Ricardo Días.

 

      ––Lo que ustedes hagan, no me interesa, ¡Ustedes verán! ––espetó sin una pizca de misericordia, piedad o humanidad.    

 

     Era de los pocos europeos que se atrevía a internarse en las selvas africanas para atacar y capturar negros para esclavizarlos; pero en esta oportunidad recibió noticias de una población ubicada en el delta, muy cerca de la costa; sería fácil realizar una incursión sin afrontar los peligros del interior. Emboscaría a los indígenas; preparó cuidadosamente su plan, adquirió las armas necesarias y se dispuso a llevar a cabo su cometido.

 

     La mayoría de quienes se dedicaban a la trata de negros preferían comprarlos en Cape Coast a los musulmanes o a las tribus del Imperio de Oyo que esclavizaban a las tribus más débiles. Como casi todos los que se dedicaban al comercio de esclavos de la época, había escogido el mes de junio para realizar el peligroso periplo; los huracanes y tormentas serían los mejores aliados para eludir las carabelas de las potencias europeas que prohibieron el tráfico; perseguían, capturaban o hundían a aquellos que se empeñaron en continuarlo tras el tratado de 1807 impuesto por el Imperio Británico a las otras potencias europeas: Francia, Portugal, Holanda y España que, en forma paulatina acataron el pacto.


       
    

     Los gritos de advertencia de los vigías alertaron a los nativos que se aprestaron a defenderse de los traficantes; la lucha fue feroz y encarnizada entre los dos bandos, pero muy desigual; pronto, los indígenas sucumbieron frente a la superioridad de los filibusteros armados con mosquetes y arcabuces, perdieron apenas dos hombres. En cambio, niños, ancianos, mujeres y hombres nativos fueron masacrados sin misericordia hasta la rendición.

      Algunos, muy pocos, pudieron huir e internarse en la espesa vegetación. Ajani, Aleía, Akín y Zunduri sobrevivieron, estuvieron entre los ciento veinte escogidos por los bucaneros de acuerdo con la orden proferida por el capitán De Sousa, no así Diara, la madre de Akín, quien fue asesinada en la cruenta refriega al oponerse a ser violada; el marinero le propinó un culatazo con el mosquete que le fracturó el cráneo. Entre los cautivos se hallaba también la princesa Ashanti, hermana de Ajani, quien tomó bajo su cuidado y custodia desde ese momento a su sobrino Akín.

 

     Cuando la resistencia de los nativos hubo terminado, los bajos instintos condujeron a una barbarie sin límites; las violaciones a las mujeres, niñas de ocho o diez años y hasta ancianas, fueron víctimas del abuso sexual; muchas de ellas fueron masacradas. Fue un genocidio permitido por los oficiales de la embarcación.

 

      La larga fila de hombres, mujeres y jóvenes encadenados y con grilletes fueron escoltados por diez de los tripulantes armados de látigos que restallaban a cada momento sobre las espaldas de los nuevos esclavos ante cualquier resistencia que estos opusiesen.

 

      El resto de la tripulación saqueó los víveres guardados en la casa ceremonial; luego, llenaron los toneles con agua tomada del río.

 

      Después del concienzudo saqueo, los bucaneros prendieron fuego a la población, la destruyeron totalmente. Les tomó tres viajes en los botes para completar el aprovisionamiento completo del navío.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

2

 

LA TRAVESÍA HACIA EL INFIERNO

 

      En cuanto llegaron los cautivos al buque, el contramaestre Nuno  Gonçalves ordenó a los tripulantes el infame acomodamiento de los esclavos en el entrepuente del navío, donde hacinados, en condiciones de desnudez, insalubridad, hambre y frío estaban expuestos a las mordeduras de las ratas que deambulaban libremente entre ellos; Sin embargo, los lúgubres canticos no se dejaban de escuchar día y noche; los alimentaban únicamente una vez al día con muy pocas proteínas, ya que los tasajos de jirafa y venado y el pescado salado estaban reservados para los tripulantes.



     Anuar, uno de los nuevos esclavos fue escogido como cocinero; trataba de alimentar a sus compañeros de desgracias de la mejor manera posible con las pocas provisiones que ponían a su disposición; sisaba algunos pescados y trozos de tasajo y los distribuía entre quienes consideraba más débiles con la aquiescencia de Ajani a quien todos los cautivos consideraban aún su jefe. Sin embargo, fue descubierto, recibió cincuenta latigazos como escarmiento para todos.

 

    De Sousa, había fijado una ruta que lo conduciría primero a las islas Bahamas, allí estaría protegido por la patente de corso de la Unión americana, de allí se trasladaría hasta Natal, en la costa brasilera, ciudad donde existía un activo mercado de esclavos; pero ya aprovisionado, cambió de parecer, calculó en seis semanas y media la duración del viaje y decidió dirigirse directamente al Brasil. Podría eludir a las lentas carabelas que generalmente realizaban sus correrías en convoyes para vigilar y perseguir a los piratas. 


     

     La primera parte del viaje transcurrió sin mayores sobresaltos. Habían navegado hacía el oeste mil doscientas millas náuticas cuando un huracán de proporciones insospechadas hizo su aparición; Súbitamente, la nave se encontró azotada por fortísimos vientos, las velas fueron rasgadas de cuajo porque los bucaneros no pudieron arriarlas a tiempo. La embarcación empezó a derivar hacía el noroccidente sin control durante dos días. Tres de los marineros que se encontraban en la cubierta cayeron al océano en medio de la borrasca y no pudieron ser rescatados pese al empeño de los marineros. entre los gritos de auxilio y la impotencia de los marineros ¡El mar se los tragó!

 

     Cuando la tormenta amainó, el desastre se hizo evidente, la caldera se inundó y quedó inservible: el buque permaneció al pairo con las velas desgarradas tendidas y largas las escotas; la reparación requerida era urgente para proseguir el viaje. Pasaron los días y las semanas y los meses; los víveres y el agua escasearon; cazaron las ratas que infestaban la embarcación para comerlas, hicieron toldos improvisados para recoger el agua lluvia que caía con frecuencia por la estación, el escorbuto y la disentería aparecieron; los esclavos y los miembros de la tripulación fueron diezmados por las enfermedades en un lugar totalmente desconocido. El capitán De Sousa notó con desaliento que había perdido en el insuceso los mapas, el astrolabio y hasta la brújula; trató de guiarse por las estrellas; si sus cálculos eran correctos, se encontraban muy lejos de la ruta trazada. Tuvieron que soportar otras dos tormentas tropicales, pero de menor intensidad que el huracán que tanto daño les había causado.



 

     El contramaestre Gonçalves, después de tres meses a la deriva constató que el navío había entrado en la corriente del golfo y muy poco tiempo después avizoraron la imponente Sierra Nevada de Santa Marta y allá a lo lejos al oriente apenas como una delgada línea, la tierra firme.     ––¡Capitán, capitán! ––, llamó a gritos; De Sousa salió de la cabina apresuradamente; no necesitó que su subalterno le informase, pudo percatarse con sus propios ojos lo que anheló por tanto tiempo.  

 

     ––¡Merda! –– ¡Terra! ––exclamó jubiloso De Sousa

 

      Se encontraban frente a las costas de la Gran Colombia, específicamente frente al puerto realista de Santa Marta. Sintió aprehensión; de oídas tenía conocimiento de que los habitantes de la ciudad eran rabiosamente fieles seguidores monárquicos a pesar de que la colonia se había emancipado del Imperio Español, ya que la ciudad gozó de privilegios especiales de la corona durante la conquista y la colonia.

 

     La tripulación se había reducido a veintiocho hombres de los cien que habían abordado inicialmente; de los ciento veinte esclavos, solo sobrevivieron cuarenta y tres   

 

     De las dudas, pasó a la acción frenética de prepararse para el desembarque.  

    

     Estaban dedicados a esa tarea cuando fueron avistados por un convoy de carabelas inglesas que los identificaron inmediatamente y procedieron a dispararles cañonazos de advertencia mientras se aprestaban para abordarlos. Comenzó a llover; en medio de la desesperación, no tuvo ninguna otra opción: ordenó que los esclavos remaran para conducir el navío hasta la costa. La borrasca arreció, la suerte estuvo esta vez a favor de los bucaneros porque las carabelas abandonaron la persecución y decidieron resguardarse en el puerto seguro de Santa Marta. Los exploradores que se adelantaron en los botes a la embarcación, encontraron una amplia bahía aledaña al puerto de la capital provincial, habitado por una tribu de la etnia de los Karib, los nativos Gairas, penetraron por el rio, no encontraron resistencia alguna, los Gairas que trabajaban en su gran mayoría en las haciendas de caña de azúcar circunvecinas abandonaron su miserable población, se retiraron prudentemente a los montes que rodeaban el sitio tras la orden del pusilánime cacique de abandonar el sitio

 

     De la grandeza del pasado de la tribu y de sus épicas y legendarias luchas con la tribu Taganga, pertenecientes a la misma etnia por el dominio de la zona, recordaban y emulaban las narraciones homéricas consignadas en la “Ilíada” y la “Odisea”, quedaban solo relatos dispersos transmitidos por tradición oral a través de los más ancianos; ellos contaban cómo se realizaban los enfrentamientos entre las dos tribus en frecuentes batallas navales con más de doscientas canoas participando en el enfrentamiento, ambos bandos armados de lanzas y flechas protagonizaban  cruentas batallas hasta cuando el bando perdedor se retiraba de la contienda, lo cual determinaría una aversión natural entre los dos pueblos que perduró por décadas.

 

      Envió mensajeros a la ciudad y a las haciendas establecidas por españoles y criollos durante el período colonial. Uno de estos últimos, Pascual DiazGranados, poseía abundantes haciendas en el territorio de la provincia, dedicadas a la explotación agrícola y ganadera, cuatro de ellas estaban ubicadas muy cerca de Gaira: Hacienda Santa Cruz del Paraíso, en Gaira; Hacienda Santa Cruz de Papare, Hacienda Santa Rosa de Garabulla y Hato de Río Frío y Sevillano en Ciénaga, mientras las otras propiedades se encontraban ubicadas en el Valle de Upar. Además, poseía otras tierras cedidas a su familia por cédula real desde los tiempos de la conquista en Gayraca, Cinto, Neguanje y el Playón de Santa Cruz de los Chimilas. Fue el primero en llegar al caserío con más de cincuenta hombres fuertemente armados. Representaba a las familias de criollos, españoles y migrantes de otras nacionalidades que se habían asentado y establecido en la provincia.

 

 

 

domingo, 4 de abril de 2021

PALABRA DE MAESTRO: DEL SECTARISMO AL TOTALITARISMO

 

Por: Fare Suárez Sarmiento.


     Hace unos días subscribí una reflexión en procura de un acercamiento hacia los elementos constitutivos del populismo, sin hacer mención del fanatismo como fuerza potenciadora de este fenómeno contemporáneo.

     No hay duda de que el aspecto religioso fuera el mayor aportante a la causa populista; tal como lo expresa el escritor Yuval Harari quien “sitúa como uno de los orígenes del fanatismo el paso del politeísmo al monoteísmo”. Todos conocemos la historia sobre la sangre que se derramó hasta lograr que la iglesia católica impusiera la adoración a un solo Dios a fuego y fuego, cuando no a la amenaza, el engaño y la instauración del terror y la violencia que podrían ser ejercidos por Dios contra aquellos que negaran su existencia. Ese fanatismo inspirado en la crueldad podría confundirse con desequilibrio mental e insania, pero no, la pasión con la que adelantaba sus actos venía configurada con estrategias de demolición física de quienes pensaran distinto; incluso, la imposibilidad de acuerdo en el pensamiento y visión de mundo con la otredad sembraba el aislamiento social y el obligado encierro al lado de los que compartían sus ideas y conceptos, razón que valida lo expresado por Churchill: “fanático es alguien que no puede cambiar de opinión y no quiere cambiar de tema” cuando la identidad no solo se estructura al hacer parte de un grupo, como también al oponerse a otros grupos. Hablamos de rechazo, aversión, inquina, malquerencia y encono, sentimientos afines que provocan la constitución de una secta. Estos miembros sectarios violan preceptos legales, éticos y morales en la búsqueda de metas extremas, por lo que no les importa cometer atrocidades inimaginables contra los contradictores. El objetivo único siempre es el éxito al precio que sea.

     Dentro de las características del fanatismo hallamos el dominio del espíritu de partido o movimiento. Así mismo, la adhesión de las personas alrededor de unas ideas fundamentales de las que se piensa son las únicas ciertas. Ideas que no requieren ninguna argumentación, porque se inspiran en los prejuicios sociales y resaltan la crisis que vive la humanidad. Ideas cuyo contenido circula entre la población con carácter de verdad irrefutable debido a la autoridad y caudillaje de quien o quienes discursan sobre ellas.

     Rodrigo Uprimny (abogado, citado por Francisco de Roux) define al fanático “no sólo por lo que idolatra y está dispuesto a defender, sin importar el costo, sino también por lo que odia y está dispuesto a combatir, igualmente, sin importar el costo.” El fanático traduce su utopía en la creencia de que ha sido escogido para salvar a la gente de las desgracias a las cuales ha permanecido atada desde siempre. Su labor mesiánica le vale para inyectar en los seguidores falsas promesas de reconciliación con el bienestar, el desarrollo económico y la sepultura definitiva de la pobreza y la marginalidad. “El fanatismo es expansivo porque el fanático se quiere imponer, quiere eliminar al distinto, al visto de otro modo, quiere salvar a los demás y sacarlo de su modo de vida equivocado e infeliz. No se crea que la única manera de eliminar al otro es asesinándolo; al otro también se le elimina convirtiéndolo en alguien como uno”. La cooptación a través de la seducción persuasiva o de la compra de conciencia, también libera al fanático de las presiones que pudieran ejercer los medios de comunicación contrarios. Ya el fanático convertido en caudillo por sus acólitos amplía su poder tomando por asalto económico o con prebendas a los funcionarios de alto rango institucional. Estrategia que inmuniza los actos por fuera de las normas legales, que garantizan la hegemonía faraónica del caudillo.

     El dogmatismo absoluto que porta el discurso del falso mesías, adquiere un valor incuestionable que incita y excita el espíritu de cruzada e insta a los seguidores a combatir a los contrarios llamados detractores. La ceguera irracional de los fanáticos acentúa el egoísmo e incrementa la disposición al sacrificio personal y familiar en favor del grupo o movimiento; tal como lo cuenta Jonathan Haidt en su libro la mente de los justos donde afirma que “la moral que cohesiona a un grupo tiende a hacer a los integrantes de ese grupo ciegos frente a las evidencias o argumentos que contradicen su visión moral compartida”. Mientras el contenido discursivo del otro contradiga las tendencias y acciones de los fanáticos, el autoengaño y la radicalización asomarán sus altos niveles de oscuridad mental, tesis sembradas en la lógica del solipsismo (No puedo comprender al otro si no pertenece a mi grupo). De ahí, las posibilidades de conversión en sujetos peligrosos con fácil y rápido tránsito de las palabras a los hechos; es decir, uso de la fuerza para impulsar cualquier agresión lesiva contra el que piensa y actúa distinto. Acto que confirma el precepto de que “el fanático rechaza con vehemencia la duda, el cuestionamiento y el escepticismo. Todo aquel que pide pruebas, interroga, descree, se vuelve enemigo del fanático”. No hay posibilidad de diálogo, no se permite la refutación por medio de la argumentación que desvirtúe las verdades esgrimidas por el fanático.

     El fanatismo presenta expresiones donde las masas son la fuerza aportante y el poder para activarla contra el pensamiento divergente. Así lo muestran en el deporte, la cultura, la religión, la música y –desde luego– la política. Los fanáticos son sujetos rígidos con ideas sobrevaloradas e intolerancia al cambio y visión unilateral de la realidad. Los fanáticos precisan la presencia de un enemigo externo al que atribuyen todas sus frustraciones; ese enemigo puede traducirse en una situación alarmante, un estado de crisis o una afectación masiva que pueda también ser utilizada como cultivo para la exaltación constante del espíritu de los seguidores. En igual sentido el fanático siembra el sentimiento mixofóbico como pretexto para alejarse del otro alegando razones distintas, pero que facilita el agrupamiento sectario con los que piensan igual. La astucia del fanático líder lo lleva a promover movimientos sectarios que fabrican eslóganes, construyen discursos, crean colores distintivos con alguna fulguración que se insertan en la memoria de la gente.

    En poco tiempo, el caudillo se percata de la fascinación popular y prepara el escenario para la conquista de sus sueños. Su principal arma estratégica: el lenguaje chamánico que expresa conjuros contra todos los males que hierven en la sociedad y estragan directamente a los más pobres. Actos calculados, fanáticos con la investidura de soldados y ansias de poder que se toman por asalto todo lo que obstruya el camino para consolidar su fuerza. Aún los samarios y especialmente los docentes, recuerdan aquel diciembre aciago en que el entonces alcalde Hugo Gnecco Arregocés se llevó más de cinco mil millones de pesos destinados para la cancelación salarial de fin de año de los maestros del Distrito de Santa Marta. Ese fue el mismo que subió al podio de la alcaldía vendiendo la falsa esperanza de acabar con la dinastía Vives, entronados por mucho tiempo en los privilegiados escenarios de poder político. Y lo consiguió gracias a la compra inmisericorde y vergonzosa del voto junto con la utopía de cambio sembrada. Tanto, que hasta el coro de un disco vallenato quedó grabado en la memoria de los samarios por un largo período. “Se acabaron, se acabaron ya” aludía no tanto a la victoria de Gnecco como la alegría por la derrota de los Vives, según el cliché de sus fanáticos de aquel entonces. El estribillo que justificó el ascenso de Gnecco era que el pueblo samario no votó a favor de él, sino contra la dinastía Vives.

      En la actualidad, hallamos un fanatismo pluralizado, escindido en varias corrientes de expresión. Contamos con un fanático insertado en el pensamiento de Abraham Lincoln: “todos los hombres nacen libres, pero es la última vez que lo son”. Aludimos a los sectores estupidizados por una tendencia ideológica falsa que se ha movido en espacios sangrientos como la connivencia con paramilitares, una falsa ideología política que ha surcado caminos de esperanza como la izquierda democrática y una ideología conductista que basada en la exaltación ideoléxica semejante a la de Gnecco robotiza al ejército fanático y lo sitúa en franquía para que detenga cualquier asomo de rebelión ideológica contraria. Esta facción de la secta atingida, sumisa y cosificada es la que más se aproxima a la caracterización del fanatismo anotada líneas arriba, aunque no se lo lleva todo, le reserva una fuerte dosis de ninguneo al fanatismo por interés personal. Aludimos al trozo de correligionarios equipado con intelectuales, profesionales con paredes llenas de títulos y diplomas honoríficos, jóvenes ávidos de un presente esperanzador que lo ayude al trazo de un futuro sin afugias ni vicisitudes. El marcado interés personal traducido en desempleo – principalmente– de estos fanáticos fugaces es mantenido en alerta y bajo disimulada vigilancia por el cortejo selecto que reporta los actos al caudillo, quien sospecha que entre más formación profesional tenga un fanático, mayor será el riesgo de cambio de bando, razón suficiente para retenerlo con amenaza de que, si no es con él, no será con nadie, como reza el adagio popular del marido dominante y maltratador; muy semejante al wellerismo de Eric Hoffer. “la gente que muerde la mano que lo alimenta, normalmente lame la bota que lo patea”. Nos preocupa –eso sí– la pírrica distancia entre el fanatismo y el totalitarismo. A veces creemos que el abrazo entre los dos tiene lugar cuando el caudillo enajena, humilla y pordebajea hasta a su comité de aplausos.

 

domingo, 28 de marzo de 2021

PALABRA DE MAESTRO: AQUELLA ESCUELA, AQUEL MAESTRO

                 

                                                                                                                                                                                                                                                                         Fare Suárez Sarmiento

            



     No hay que realizar operaciones mentales complejas para descubrir las manifestaciones afectivas de las generaciones anteriores por el sistema educativo de sus tiempos. El magiscentrismo, como única vía dinamizadora de la enseñanza no admitía reparos ni rechazos. Al contrario, el reconocimiento social contribuía a fortalecer su investidura de ethos de la ciencia y las humanidades. No era para menos, como exclusivo poseedor del saber no daba tregua discursiva, en tanto la petrificación del ingenuo y pasivo auditorio se volvía menos dolorosa debido al recital histriónico de los contenidos. Maestros que deslumbraban por el derramamiento prodigioso de los temas, sin consideración alguna frente al calambre de dedos y manos de unos neófitos que invertían cientos de páginas en dictados que luego tendrían que aprender de memoria. De igual manera, la monofonía era condición para que la linealidad de la enseñanza desembocara en el aprendizaje. (Hoy, la sociología de la educación ha demostrado que no existe relación dialéctica entre enseñanza – aprendizaje, y la sicología ha reforzado este principio, comprobando que se aprende lo que se quiere, no lo que el maestro determina).

     Solo la voz del maestro se mecía entre las paredes del aula y regresaba a sus oídos sin interferencia alguna. Durante la jornada académica, el auditorio movía el dial, no para cambiar de programa sino de voz. La magia de la palabra apenas era recuperada por los niños y jóvenes durante el receso escolar, punto de encuentro polifónico donde realmente se activa la conciencia comunicativa con la insolvente condición del turno, en la búsqueda de su “socialización primaria” es decir, principios y fundamentos, éticos, morales y sociales a través de las realizaciones lingüísticas con los que el niño llega a la escuela y facilitan su adaptabilidad.

     Esta rutina pedagógica de mediados del siglo XIX y muy entrado el siglo XX, se constituyó en una respuesta, una forma de linchamiento pedagógico contra la mayoría de los “sistematizadores”, cuyos métodos de enseñanza en la antigüedad no alcanzaban para el abanico de áreas del conocimiento exigidas en la nueva concepción de educación. Los propósitos de la enseñanza de los sofistas y sus sucesores “enseñar a los hombres a ser elocuentes” recogidos luego por Platón y Aristóteles –entre tantos otros– mantuvieron su génesis, aunque ampliaron sus pretensiones iniciales; tanto, “que ha sido la única práctica (junto con la gramática, nacida después de ella) a través de la cual nuestra sociedad ha reconocido al lenguaje su soberanía” (R. Barthes, p. 89). Ese reconocimiento social planteaba otro reto: “entrenar maestros que fuesen capaces de conceptualizar todos los aspectos de la vida, así como sintetizar la teología cristiana, la antigua filosofía y la ciencia” (S. Kemmis, 1.993) en una clara exposición del escolasticismo de Tomás de Aquino, siempre con prevalencia de la práctica retórica. Ya en el siglo XVII “El Método de la Naturaleza” de Johann Amos Commenio (1.592 – 1.670) irrumpe para dar paso a una mirada menos elitizada del uso del lenguaje. La retórica antigua, sin invalidar su importancia en la aristocracia occidental, deja de ser objeto de enseñanza generalizada obligatoria y cede terrenoal “énfasis especial en el lenguaje ordinario y en el saber del mundo corriente, el empleo de un presunto orden de la naturaleza, como base para el aprendizaje sobre el mundo.”(Ibíd., p.35). Desde entonces se incorpora a la educación una filosofía ajena a los postulados atenienses y romanos: “educar para gobernar” a partir del uso somnoliente del lenguaje enmarcado en estructuras retóricas. Una filosofía que vincula al sujeto con el entramado social y lo reconoce como eje potenciador de los proyectos culturales y científicos, principalmente. Se educa –entonces– “para la vida” en la búsqueda del desarrollo desde lo colectivo, pero focalizado en el recién aparecido concepto de ciudadanía.

     El lenguaje retórico abre el camino al académico y se pregona la aceptación del pragmatismo lingüístico en la escuela, en atención a la relevancia de los actos de habla en circunstancias comunicativas concretas; sin embargo, el objetivo fundamental de la educación (perviviría casi un siglo) despeñó hacia el olvido tal propósito al promulgar que la Gramática era “el arte de hablar y escribir correctamente” desde lo cual se derivaría “leer, hablar y escribir correctamente”. Es decir, el “énfasis especial” Commeniano, sería sepultado junto con su interés de que la diasfria (sociolecto) del lenguaje corriente se validara como medio para lograr el aprendizaje. Los códigos sociales, culturales y grupales serían restringidos a los espacios lingüísticos externos a la escuela, y en la violación de este principio, el sujeto sería estigmatizado, censurado y clasebajeado. Así mismo, las manifestaciones idiolectales servían de marco para descifrar las circunstancias socio-culturales de las familias. La cientificidad del lenguaje simbólico y el semanticismo del discurso académico, generaron un choque entre el sujeto propietario de unas formas del decir y las normas escolares con su natural regulación de la práctica lingüística, de tal manera que los niños y jóvenes se sentían amenazados, debido a que su lexicón quedaba en evidencia por la satanización inmisericorde del maestro.

     EL MAESTRO “Ser siempre el mismo sin ser jamás lo mismo” (Savater)

     Entidad síquica que da apertura a la exposición en el aula, impone las reglas para el consumo y establece las condiciones para que su voz halle eco en los alocutarios. Carece de discurso propio. Más allá de la repetición del contenido objeto de enseñanza, sus posibilidades expresivas sufren la prisión de los esquemas mentales forjados por el eidis, convertido en la razón de ser de su causa pedagógica. El rigor del academicismo no da margen de maniobras discursivas por fuera del saber parcelado, entregado en pequeñas dosis a los alumnos sin considerar quiénes serán los beneficiarios, quiénes querrán salir huyendo para evitar la tortura del retumbe de su voz o quiénes se compadecerán de su esfuerzo y entrega. Desde luego que no; “el cumplimiento del deber” lo exonera de la culpa por aquellos que no aprendieron; poco importan los estilos, los ritmos y las prevalencias genéticas. Él puede demostrar que “ha cumplido con su deber” con sólo exhibir los cuadernos de los alumnos.

     La bulla, el escándalo y las voces atropelladas durante la jornada académica violan los códigos cerrados del aula. El fin último del lenguaje queda fracturado por la autoridad del maestro. La comunicación queda reducida por la instauración de las relaciones de poder. La articulación del lenguaje con los actos académicos queda subsumida por su voluntad, único poseedor de la palabra, mientras los niños y jóvenes se derriten en deseos de oírse e intercambiar experiencias sobre hechos de su ideario infantil y juvenil, fácilmente convertibles en objetos de enseñanza. Pero ello no es posible porque debilitaría la exhibición de poder del maestro. En estas condiciones, las voces tímidas apenas se perciben en respuestas monosilábicas, y el maestro, ya exhausto, trata de restablecerles la dignidad arrebatada mediante clichés del orden ¿entendieron? O ¿alguna pregunta? Generalmente la respuesta queda inscrita en la opción de no responder, como una estrategia tácita para mitigar el aburrimiento y liberar los oídos de la tiranía sonora del maestro, porque “el silencio, pues, tiene auténtico valor comunicativo cuando se presenta como alternativa real al uso de la palabra” (Escandell Ma. p. 43) decisión válida de la cual pocas veces el alumno se lamenta; más bien, funge como víctima que ha logrado escapar del yugo discursivo del maestro, quien en forma inconsciente secuestra la voz de los alumnos e impide que el aula se inunde con la riqueza sociolectal, la cual podría ser asumida como una epifanía ( ̈*) que logre despertar su numen pedagógico.(*) Del griego epifáneia: brillo súbito.

     En las marcas de las relaciones de poder arraigadas en el aula, se cuenta la fórmula farisaica “haga lo que mando y no lo que hago” (Freire, p.15) como estrategia de mantenimiento del control. El lenguaje no fluye desde todas las direcciones. La búsqueda, el asombro y la curiosidad natural del niño por conocer los saberes y por descubrir sus significados aumentan los miedos del maestro de enfrentar situaciones de enseñanza lejos de su dominio. Lo que el maestro hace y dice no es cosa distinta de la construcción de un dique de contención que repele cualquier conato de imitación. Su discurso académico se erige sobre la tarima privilegiada del ethos del conocimiento y propietario absoluto de la verdad. Aunque –como ya se ha expresado– una verdad hurtada que recita sin ningún asomo de vergüenza, puesto que “la verdad sólo circula en voz baja y entre los pobres “(Cultura popular y cultura de masas, p.84) tal es el caso de la ciencia, cuya representación simbólica se extrae de los textos y se incorpora a la cotidianidad académica del aula como si se tratara de contar con los dedos. No existe una traducción mediatizada por el maestro que permee las estructuras rígidas científicas para que la transferencia de la información logre convertirse en conocimiento con la activación del dispositivo cultural del alumno. Por ende, no habrá, tampoco, garantías de aprendizaje ni aceptables niveles de comprensión del fenómeno científico mientras perviva la consuetudinaria práctica de repetición de preceptos descontextualizados del imaginario cultural de la escuela.

     Para el caso del lenguaje, los niños –sobretodo– padecen la insolencia de las reglas gramaticales cuando comprueban el saber edumétrico del maestro; normas que le van castrando la espontaneidad comunicativa y enfatizando el miedo a expresar lo que siente. Instrumento de control que el maestro utiliza para promover la inequidad en la medida en que resalta los talentos, sin atender –insisto– las dominancias genéticas. En esa universalización del discurso académico, se corre el riesgo del propiciamiento de la deserción escolar temprana y del temor al fracaso en los intentos de participación oral. Es decir, el maestro enseña desde la atomización lingüística, mientras el niño “aprende” por obligación académica. Estructuras gramaticales que obstaculizan cualquier asomo de interacción discursiva y fuerzan a profundos niveles de abstracción normativa; ejes de enseñanza que enmudecen al auditorio y pulverizan su escasa enciclopedia lingüística, en una clásica “educación bancaria” como lo consigna Paulo Freire: “En vez de comunicarse, el educador hace comunicados y depósitos que los educandos, meras incidencias, reciben pacientemente, memorizan y repiten. Tal es la concepción “bancaria” de la educación, en que el único margen de acción que se ofrece a los educandos es el recibir los depósitos, guardarlos y archivarlos...” (p. 52).

     El maestro, como propietario de la palabra, activa permanentemente su acto perlocutivo para provocar acciones que acentúen la obediencia y la sumisión, en detrimento de la comunicación. La innata relación dialógica del alumno se coarta en la vía del cumplimiento de órdenes emanadas tanto del maestro como de los contenidos de enseñanza. La parlanchinería, la narración de sueños y la exageración del deseo, pierden su riqueza interactiva en el aula porque los cánones academicistas hacen brillar el imperio de las normas. En este aspecto, “la pedagogía sistemática aparta al maestro del mundo de la vida y por ello no da cuenta de su cotidianidad, pues ella se expresa en una realidad que se ha vuelto metáfora, en tanto es recorrida por un lenguaje de desolación, no interactivo, incapaz de concebir el reconocimiento del otro, encarnado en un mundo que amenaza con rebasar la escuela, a los maestros y a los investigadores.” (Jesús Echeverry, p. 137).