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domingo, 4 de abril de 2021

PALABRA DE MAESTRO: DEL SECTARISMO AL TOTALITARISMO

 

Por: Fare Suárez Sarmiento.


     Hace unos días subscribí una reflexión en procura de un acercamiento hacia los elementos constitutivos del populismo, sin hacer mención del fanatismo como fuerza potenciadora de este fenómeno contemporáneo.

     No hay duda de que el aspecto religioso fuera el mayor aportante a la causa populista; tal como lo expresa el escritor Yuval Harari quien “sitúa como uno de los orígenes del fanatismo el paso del politeísmo al monoteísmo”. Todos conocemos la historia sobre la sangre que se derramó hasta lograr que la iglesia católica impusiera la adoración a un solo Dios a fuego y fuego, cuando no a la amenaza, el engaño y la instauración del terror y la violencia que podrían ser ejercidos por Dios contra aquellos que negaran su existencia. Ese fanatismo inspirado en la crueldad podría confundirse con desequilibrio mental e insania, pero no, la pasión con la que adelantaba sus actos venía configurada con estrategias de demolición física de quienes pensaran distinto; incluso, la imposibilidad de acuerdo en el pensamiento y visión de mundo con la otredad sembraba el aislamiento social y el obligado encierro al lado de los que compartían sus ideas y conceptos, razón que valida lo expresado por Churchill: “fanático es alguien que no puede cambiar de opinión y no quiere cambiar de tema” cuando la identidad no solo se estructura al hacer parte de un grupo, como también al oponerse a otros grupos. Hablamos de rechazo, aversión, inquina, malquerencia y encono, sentimientos afines que provocan la constitución de una secta. Estos miembros sectarios violan preceptos legales, éticos y morales en la búsqueda de metas extremas, por lo que no les importa cometer atrocidades inimaginables contra los contradictores. El objetivo único siempre es el éxito al precio que sea.

     Dentro de las características del fanatismo hallamos el dominio del espíritu de partido o movimiento. Así mismo, la adhesión de las personas alrededor de unas ideas fundamentales de las que se piensa son las únicas ciertas. Ideas que no requieren ninguna argumentación, porque se inspiran en los prejuicios sociales y resaltan la crisis que vive la humanidad. Ideas cuyo contenido circula entre la población con carácter de verdad irrefutable debido a la autoridad y caudillaje de quien o quienes discursan sobre ellas.

     Rodrigo Uprimny (abogado, citado por Francisco de Roux) define al fanático “no sólo por lo que idolatra y está dispuesto a defender, sin importar el costo, sino también por lo que odia y está dispuesto a combatir, igualmente, sin importar el costo.” El fanático traduce su utopía en la creencia de que ha sido escogido para salvar a la gente de las desgracias a las cuales ha permanecido atada desde siempre. Su labor mesiánica le vale para inyectar en los seguidores falsas promesas de reconciliación con el bienestar, el desarrollo económico y la sepultura definitiva de la pobreza y la marginalidad. “El fanatismo es expansivo porque el fanático se quiere imponer, quiere eliminar al distinto, al visto de otro modo, quiere salvar a los demás y sacarlo de su modo de vida equivocado e infeliz. No se crea que la única manera de eliminar al otro es asesinándolo; al otro también se le elimina convirtiéndolo en alguien como uno”. La cooptación a través de la seducción persuasiva o de la compra de conciencia, también libera al fanático de las presiones que pudieran ejercer los medios de comunicación contrarios. Ya el fanático convertido en caudillo por sus acólitos amplía su poder tomando por asalto económico o con prebendas a los funcionarios de alto rango institucional. Estrategia que inmuniza los actos por fuera de las normas legales, que garantizan la hegemonía faraónica del caudillo.

     El dogmatismo absoluto que porta el discurso del falso mesías, adquiere un valor incuestionable que incita y excita el espíritu de cruzada e insta a los seguidores a combatir a los contrarios llamados detractores. La ceguera irracional de los fanáticos acentúa el egoísmo e incrementa la disposición al sacrificio personal y familiar en favor del grupo o movimiento; tal como lo cuenta Jonathan Haidt en su libro la mente de los justos donde afirma que “la moral que cohesiona a un grupo tiende a hacer a los integrantes de ese grupo ciegos frente a las evidencias o argumentos que contradicen su visión moral compartida”. Mientras el contenido discursivo del otro contradiga las tendencias y acciones de los fanáticos, el autoengaño y la radicalización asomarán sus altos niveles de oscuridad mental, tesis sembradas en la lógica del solipsismo (No puedo comprender al otro si no pertenece a mi grupo). De ahí, las posibilidades de conversión en sujetos peligrosos con fácil y rápido tránsito de las palabras a los hechos; es decir, uso de la fuerza para impulsar cualquier agresión lesiva contra el que piensa y actúa distinto. Acto que confirma el precepto de que “el fanático rechaza con vehemencia la duda, el cuestionamiento y el escepticismo. Todo aquel que pide pruebas, interroga, descree, se vuelve enemigo del fanático”. No hay posibilidad de diálogo, no se permite la refutación por medio de la argumentación que desvirtúe las verdades esgrimidas por el fanático.

     El fanatismo presenta expresiones donde las masas son la fuerza aportante y el poder para activarla contra el pensamiento divergente. Así lo muestran en el deporte, la cultura, la religión, la música y –desde luego– la política. Los fanáticos son sujetos rígidos con ideas sobrevaloradas e intolerancia al cambio y visión unilateral de la realidad. Los fanáticos precisan la presencia de un enemigo externo al que atribuyen todas sus frustraciones; ese enemigo puede traducirse en una situación alarmante, un estado de crisis o una afectación masiva que pueda también ser utilizada como cultivo para la exaltación constante del espíritu de los seguidores. En igual sentido el fanático siembra el sentimiento mixofóbico como pretexto para alejarse del otro alegando razones distintas, pero que facilita el agrupamiento sectario con los que piensan igual. La astucia del fanático líder lo lleva a promover movimientos sectarios que fabrican eslóganes, construyen discursos, crean colores distintivos con alguna fulguración que se insertan en la memoria de la gente.

    En poco tiempo, el caudillo se percata de la fascinación popular y prepara el escenario para la conquista de sus sueños. Su principal arma estratégica: el lenguaje chamánico que expresa conjuros contra todos los males que hierven en la sociedad y estragan directamente a los más pobres. Actos calculados, fanáticos con la investidura de soldados y ansias de poder que se toman por asalto todo lo que obstruya el camino para consolidar su fuerza. Aún los samarios y especialmente los docentes, recuerdan aquel diciembre aciago en que el entonces alcalde Hugo Gnecco Arregocés se llevó más de cinco mil millones de pesos destinados para la cancelación salarial de fin de año de los maestros del Distrito de Santa Marta. Ese fue el mismo que subió al podio de la alcaldía vendiendo la falsa esperanza de acabar con la dinastía Vives, entronados por mucho tiempo en los privilegiados escenarios de poder político. Y lo consiguió gracias a la compra inmisericorde y vergonzosa del voto junto con la utopía de cambio sembrada. Tanto, que hasta el coro de un disco vallenato quedó grabado en la memoria de los samarios por un largo período. “Se acabaron, se acabaron ya” aludía no tanto a la victoria de Gnecco como la alegría por la derrota de los Vives, según el cliché de sus fanáticos de aquel entonces. El estribillo que justificó el ascenso de Gnecco era que el pueblo samario no votó a favor de él, sino contra la dinastía Vives.

      En la actualidad, hallamos un fanatismo pluralizado, escindido en varias corrientes de expresión. Contamos con un fanático insertado en el pensamiento de Abraham Lincoln: “todos los hombres nacen libres, pero es la última vez que lo son”. Aludimos a los sectores estupidizados por una tendencia ideológica falsa que se ha movido en espacios sangrientos como la connivencia con paramilitares, una falsa ideología política que ha surcado caminos de esperanza como la izquierda democrática y una ideología conductista que basada en la exaltación ideoléxica semejante a la de Gnecco robotiza al ejército fanático y lo sitúa en franquía para que detenga cualquier asomo de rebelión ideológica contraria. Esta facción de la secta atingida, sumisa y cosificada es la que más se aproxima a la caracterización del fanatismo anotada líneas arriba, aunque no se lo lleva todo, le reserva una fuerte dosis de ninguneo al fanatismo por interés personal. Aludimos al trozo de correligionarios equipado con intelectuales, profesionales con paredes llenas de títulos y diplomas honoríficos, jóvenes ávidos de un presente esperanzador que lo ayude al trazo de un futuro sin afugias ni vicisitudes. El marcado interés personal traducido en desempleo – principalmente– de estos fanáticos fugaces es mantenido en alerta y bajo disimulada vigilancia por el cortejo selecto que reporta los actos al caudillo, quien sospecha que entre más formación profesional tenga un fanático, mayor será el riesgo de cambio de bando, razón suficiente para retenerlo con amenaza de que, si no es con él, no será con nadie, como reza el adagio popular del marido dominante y maltratador; muy semejante al wellerismo de Eric Hoffer. “la gente que muerde la mano que lo alimenta, normalmente lame la bota que lo patea”. Nos preocupa –eso sí– la pírrica distancia entre el fanatismo y el totalitarismo. A veces creemos que el abrazo entre los dos tiene lugar cuando el caudillo enajena, humilla y pordebajea hasta a su comité de aplausos.

 

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