LA MAESTRA
PERSONAJES
1. La Maestra
2. Juana Pasambú
3. Pedro Pasambú
4. Tobías el Tuerto
5. La Vieja Asunción
6. Sargento
7. El Viejo (padre de la maestra)
(En primer plano una mujer joven,
sentada en un banco. Detrás de ella o a un lado van a ocurrir algunas escenas.
No debe haber ninguna relación directa entre ella y los personajes de esas
escenas. Ella no los ve y ellos no la ven.)
--LA MAESTRA: Estoy muerta. Nací
aquí, en este pueblo. En la casita de barro rojo con techo de paja que está al
borde del camino, frente a la escuela. El camino es un río lento de barro rojo
en el invierno y un remolino de polvo rojo en el verano. Cuando vienen las
lluvias, uno pierde las alpargatas en el barro y los caballos y las mulas se
embarran las barrigas, las enjalmas y hasta la cara y los sombreros de los
jinetes son salpicados por el barro. Cuando llegan los meses de sol, el polvo
rojo cubre todo el pueblo. Las alpargatas suben llenas de polvo rojo, y los
pies y las piernas y las patas de los caballos y las crines y las enjalmas y
las caras sudorosas y los sombreros, todo se impregna de ese barro y de ese
polvo rojo, y ahora he vuelto a ellos. Aquí, en el pequeño cementerio que
vigila el pueblo desde lo alto, sembrado de hortensias, geranios, lirios y
espeso pasto. Es un sitio tranquilo y perfumado. El olor acre del barro rojo se
mezcla con el aroma dulce del pasto yaraguá y hasta llega, de tarde, el olor
del monte, un olor fuerte que se despeña pueblo abajo (Pausa.) Me
trajeron al anochecer. (Cortejo mudo, al fondo con un ataúd.) Venía
Juana Pasambú, mi tía.
--JUANA PASAMBÚ: ¿Por qué no quisiste
comer?
--LA MAESTRA: Yo no quise comer.
¿Para qué comer? Ya no tenía sentido comer. Se come para vivir y yo no quería
vivir. Ya no tenía sentido vivir. (Pausa) Venía Pedro Pasambú, mi
tío.
--PEDRO PASAMBÚ: Te gustaban los
bananos manzanos y las mazorcas asadas untadas de sal y manteca.
--LA MAESTRA: Me gustaban los bananos
manzanos y las mazorcas asadas, y sin embargo, no los quise comer. Apreté
los dientes. (Pausa.) Estaba Tobías el Tuerto, que hace años
fue corregidor.
--TOBÍAS EL TUERTO: Te traje agua de
la vertiente, de la que tomabas cuando eras niña en un vaso hecho con hoja de
rascadera y no quisiste beber.
--LA MAESTRA: No quise beber. Apreté
los labios. ¿Fue maldad? Dios me perdoné, pero llegué a pensar que la vertiente
debía secarse. ¿Para qué seguía brotando agua de la fuente? Me preguntaba.
¿Para qué? (Pausa) Estaba la vieja Asunción, la partera
que me trajo al mundo.
--LA VIEJA ASUNCIÓN: ¡Ay mujer! ¡Ay
niña! Yo, que la traje a este mundo. ¡Ay niña! ¿Por qué no recibió nada de mis
manos? ¿Por qué escupió el caldo que le di? ¿Por qué mis manos que curaron a
tantos, no pudieron curar sus carnes heridas? Mientras estuvieron aquí los
asesinos…
(Los acompañantes del cortejo miran
en derredor con terror. La vieja sigue su planto mudo mientras habla la
Maestra)
--LA MAESTRA: Tienen miedo. Desde
hace un tiempo el miedo llegó a este pueblo y se quedó suspendido en el aire
como un inmenso nubarrón de tormenta. El aire huele a miedo, las voces se
disuelven en la saliva amarga del miedo y el rayo cayó sobre nosotros.
(El cortejo desaparece. Se oye un
violento redoble de tambor en la oscuridad. Al volver la luz, allí donde estaba
el cortejo, está un campesino arrodillado y con las manos atadas a la espalda.
Frente a él un sargento de policía.)
--SARGENTO: (Mirando una lista.) ¿Vos
respondés al nombre de Peregrino Pasambú? (El viejo asiente.) Entonces
vos sos el jefe político de aquí (El viejo niega).
--LA MAESTRA: Mi padre había sido dos
veces corregidor. Pero entendía tan poco de política, que no se había dado
cuenta de que la situación había cambiado.
--SARGENTO: Con la política
conseguiste esta tierra, ¿cierto?
--LA MAESTRA: No era cierto. Mi padre
fue fundador del pueblo. Y como fundador le correspondió su casa a la orilla
del camino y su finca. Él le puso nombre al pueblo. Lo llamó: “La Esperanza”.
--SARGENTO: ¿No hablás, no decís
nada?
--LA MAESTRA: Mi padre hablaba muy
poco. Casi nada.
--SARGENTO: Mal repartida está esta
tierra. Se va a repartir de nuevo. Va a tener dueños legítimos, con títulos y
todo.
--LA MAESTRA: Cuando mi padre llegó
aquí, todo era selva.
--SARGENTO: Y también las posiciones
están mal repartidas. Tu hija es la maestra de escuela, ¿no?
--LA MAESTRA: No era ninguna
posición. Raras veces me pagaron el sueldo. Pero me gustaba ser maestra. Mi
madre fue la primera maestra que tuvo el pueblo. Ella me enseñó y cuando ella
murió, yo pasé a ser la maestra.
--SARGENTO: ¡Quién sabe lo que enseña
esa maestra!
--LA MAESTRA: Enseñaba a leer y
escribir y enseñaba el catecismo y el amor a la patria y a la bandera. Cuando
me negué a comer y a beber, pensé en los niños. Eran pocos, es cierto, pero
¿quién les iba a enseñar? Ya no tenía sentido leer y escribir. ¿Para qué han de
aprender el catecismo? ¿Para qué han de aprender el amor a la patria y a la
bandera? Ya no tiene sentido la patria ni la bandera. Fue mal pensado, tal vez,
pero eso fue lo que pensé.
---SARGENTO: ¿Por qué no hablas? No
es cosa mía. Yo no tengo nada que ver, no tengo la culpa. (Grita.)
¿Ves esta lista? Aquí están todos los caciques y gamonales del gobierno
anterior. Hay orden de quitarlos del medio para organizar las
elecciones. (Desaparecen El Sargento y El Viejo)
--LA MAESTRA: Y así fue. Lo pusieron
contra la tapia de barro, detrás de la casa. El sargento dio la orden y los
soldados dispararon. Luego el sargento y los soldados entraron en mi pieza y,
uno tras otro, me violaron. Después no volví a comer, ni a beber y me fui
muriendo poco a poco. (Pausa.) Ya pronto lloverá y el polvo rojo se volverá
barro. El camino será un río lento de barro rojo y volverán a subir las
alpargatas y los pies cubiertos de barro y los caballos y las mulas con las
barrigas llenas de barro y hasta las caras y los sombreros irán, camino arriba,
salpicados de barro.
Enrique
Buenaventura. “Los papeles del infierno”.
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