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lunes, 26 de octubre de 2020

PUNTOS DE INFLEXIÓN

                                                                                                     


Tal vez, la escasez de respuestas frente a las insaciables preguntas acerca de la voracidad del enemigo invisible bautizado Covid 19 ha mantenido a la gente maniatada con una fuerte carga emocional, sin destino donde lanzarla. Podría parecer ingenuo tratar de explicar por fuera de la antropología, sin acercarse a la sociología y muy lejos de la psicología de masas, los eventos dantescos que han tenido lugar en el lapso de la pandemia los cuales resisten más de una explicación, pero ya la historia reciente del país se ha encargado de sentenciarnos a la perpetuidad del derrame de sangre, no obstante aquel abrazo judaico entre Alberto Lleras y Laureano Gómez en 1.958 después del exterminio de más de trescientos mil pobres que cayeron durante la violencia propiciada por el bipartidismo encabezado por ellos.


Han circulado voces defensivas de un grupo, con el mismo fervor con el que han llenado de argumentos quienes han padecido el dolor de la muerte. Unos pretendiendo abrazar los actos violentos con los preceptos constitucionales y los amparos legales, mientras que la mayoría, las voces cuyo eco traspasó las fronteras de la geografía nacional, se aferra al derecho a la protesta e implora justicia por los muertos caídos como evidencia del poder de las armas en manos de los primeros. Acusaciones y justificaciones sobre la legitimidad del uso de la fuerza letal no cesan a lo largo del continente americano y allende. Las víctimas no causan llanto sino indignación, coraje, resentimiento, se usan como pretexto, o tal vez motivación, para llenarle una página más al gobierno obsecuente, productor de miles de hojas escritas con sangre cuyos dueños soñaban desde la otra orilla sueños libertarios. Pero al fin nos damos cuenta que ya se asoma sin vergüenza el sutil fascismo de un grupo de poder que hará lo que sea necesario, como así lo registra la historia del país, para sostenerse y mantenernos lejos de sus expresiones excesivas de mandato. Oscar Wilde tenía razón cuando dijo que los ojos de la costumbre suelen hacernos ciegos a muchas cosas de la realidad. Es más, la sistemática ocurrencia de violación de derechos humanos junto a los asesinatos selectivos se nos exhiben como eventos noticiosos que se matriculan en la bitácora oficial para comparar estadísticas con años anteriores.


Colombia no debe aceptar la reducción de esta tempestad a un simple relámpago, las voces tienen que mantener su ruido en torno a lo que podría devenir y estar en franquicia para situar el debate político en todos los escenarios que convoquen masas capaces de leer los intersticios que proponen los mandos políticos y militares para legitimar las acciones policiales y de ello, santificar las futuras agresiones criminales. Esa posibilidad que está hirviendo en las huestes del gobierno debe ser desvirtuada en escuelas, universidades y agremiaciones sociales, políticas y sindicales, rechazada en las calles y derrotada en los estrados judiciales. Si la impunidad brilla como siempre, las garantías de vida sólo se validarán encerrados en casa, de lo contrario, las masacres “legítimas” serían olvidadas más pronto que las cincuenta y ocho reportadas por Indepaz en lo que ha corrido del presente año.


Si este momento de cálida efervescencia política admite que este gobierno securitice las tragedias producidas por la represión criminal, y conduzca las preocupaciones de la sociedad a otros escenarios, podremos contar con que esta sangre derramada también llenará los archivos estadísticos policiales. Si el ímpetu derrochado durante la confrontación con las fuerzas policivas se enfría en un inesperado desvalimiento, no habrá forma de que el imperio de la justicia vierta todo su poder constitucional contra los asesinos del Estado para que los muertos le sonrían a la paz por la que dieron su vida.


Nos ha dicho William Ospina: “los dueños del país tienen que sentir alarma ante esto que no han sabido evitar con su poder. Esos millones y millones de pesos que nunca fueron capaces de invertir en evitar los males de la pobreza los tienen que gastar en armas para reprimir a los hijos del resentimiento y de la miseria.” Hablamos de la llama que aunque apagada los tiene que alertar del poder devastador cuando medio se enciende para resistir las embestidas salvajes de los agentes de represión del Estado, o –como en la mayoría de los casos- defender los derechos primarios humanos, sociales y políticos.


Es cierto que el viejo país se incendió el 9 de abril de 1.948; desde entonces hemos asistido a varios intentos de reconstrucción sin el éxito deseado; tal vez por eso, las luchas sostenidas en el campo fueron columpiándose entre la incredulidad y más tarde desesperanza del precariado; y los ninguneados y el rechazo a las llamadas distintas formas de lucha, respaldadas por el histórico adagio La nueva Colombia viene en camino, quizás el escenario de guerra válido y aceptado por unanimidad planetaria sea la urna. Quizás los puntos de inflexión reseñados no satisfagan los anhelos libertarios de la mayoría de los colombianos; quizás-también- la empatía que en el pasado reciente emanaba de un par de candidatos probos y con el país metido en la cabeza ha sido viralizada por las escenas de reproche social publicadas por todos los medios de información y de comunicación, que los sitúan en circunstancias políticas igualitarias con los candidatos y actores de la ultraderecha nacional. Quizás tengamos que prestarle atención a Eric Hobsbawm cuando nos dice que “las sociedades en caída que depositan sus esperanzas en un salvador, en un hombre (o una mujer) providencial, están buscando a alguien incondicional, combativa y agresivamente nacionalista: alguien que prometa dejar fuera el planeta globalizado, cerrar unas puertas que perdieron hace mucho tiempo sus bisagras y que por ello son totalmente inútiles.” Tiene ya la Nueva Colombia agendado a algún alguien ?

 (Naciones y nacionalismo desde 1.780)

                                                                                                                                          Fare Suárez Sarmiento

                                                              

PALABRA DE MAESTRO: INCLUSIÓN EDUCATIVA

 Una de las mayores preocupaciones de los gobiernos latinoamericanos es la pamema de sus tesis argumentativas para convencer a los ciudadanos de que “la educación es un asunto de todos y un derecho para todos”. No es para menos, la tinta que ha circulado y las voces de desconfianza de académicos y expertos que se han venido levantando, arrojan la certeza de que los nuevos discursos sobre equidad e inclusión necesitan mucho más que frías estadísticas; requieren, por encima de todo, que en el diccionario de las políticas educativas estos vocablos alcancen para todas las esquinas del mapa latinoamericano sin atención a la raza, credo, cultura, estrato socio-económico o a las condiciones deplorables de marginalidad y miseria. Asistimos entonces al primer tropiezo: la distancia establecida entre la definición semántica y la concepción ideológica procura que la primera duerma envuelta en su polisemia, mientras la segunda reconfigura su significado al vaivén de los designios de las potencias económicas internacionales. Es decir, ante la prédica semántica, la ortodoxia de la práctica neoliberal legitima los privilegios del sector minoritario de la sociedad latinoamericana al incluirlos en el circuito económico y político y consolidarlos como grupos de poder, desde el fortalecimiento de la educación privada, entendida como la fábrica de doctores, empresarios y dirigentes políticos. Al contrario, en la otra orilla, los innominados continúan naciendo con su futuro hipotecado por la incertidumbre.

La educación inclusiva cuyo propósito persigue el aprendizaje de todos los niños y jóvenes en igualdad de condiciones, no deja de ser una simple reducción de los reales derechos al desarrollo humano. Nada es más eufemístico que la retórica delirante de los gobiernos en cuanto pregonan la igualdad de oportunidades, cuando dentro de las políticas estatales pervive la segregación espacial y se acentúan los límites geográficos de los más pobres, forjando burbujas sociales con imaginarios idénticos, cuyas necesidades no sólo los estereotipan sino los convierten en invisibles para el resto de la sociedad, tal como lo plantea Sonia Lavín (p.33) “La pobreza deja de ser una situación relativamente transitoria derivada de la falta de empleo, reversible cuando éste vuelve a encontrarse, sino que se convierte en una condición de vida global y permanente…” No es la inclusión en el sistema educativo lo que incentiva la siembra de la dignidad humana, sino la inclusión social, el saberse dueño de un espacio debajo del mismo cielo para todos que certifique la condición de ciudadano nacional con parentesco universal, no de sujeto alòctono, no inscrito en la enciclopedia constitucional, con derechos y oportunidades escritos y juramentados que se reducen durante la distribución en la población. ¿De qué sirve la inclusión en el sistema escolar, si el rezago educativo continúa signado por las distancias económicas, sociales, culturales y políticas? La educación no puede reducirse ni simplificarse a la escolarización, la escuela apenas constituye uno de los escenarios gestores de la autenticación de la ciudadanía, la cual fomenta los principios para conquistar la libertad; pero si los demás escenarios no están disponibles, siguen vedados para el cumplimiento de proyectos de vida, entonces ¿para qué la escuela?

 

Pero echemos una mirada a la dinámica escolar para constatar la manera cómo los gobernantes la utilizan para sembrar y cosechar el determinismo educativo desde el aula. La nesciencia – a veces tachable- del maestro en materia pedagógica impide la identificación desde la neurociencia y la psicopedagogía de las diferencias individuales que demandan aprendizajes dirigidos, focalizados en las distintas formas como los niños y jóvenes acceden al conocimiento. No obstante acceder a los fundamentos teóricos producidos en abundancia por expertos, el maestro se abstiene de reconocer que cada individuo desarrolla unos estilos y aplica unos tiempos para el aprendizaje, entre otros tantos factores que niegan y forcluyen la homogenización de la enseñanza, dado los casos de hipoacusia, ceguera, dislalia o disfasia, como también niños que presentan déficit de atención y problemas convivenciales, entre los habituales y fácilmente diagnosticados hiperactivos. Con esta estrategia, los gobernantes promocionan y reproducen la exclusión académica dejando a la escuela la responsabilidad de nomenclar a los niños ante la sociedad.

 

Si la sociedad latinoamericana ha sido históricamente fragmentada por intereses de clase que confluyen en el poder político y económico de unos cuantos, cómo podremos hablar de equidad. Según el Larousse; tendremos que seguir reproduciendo la concepción ideológica de la clase dominante para entender la equidad como la distribución entre los todotenientes de las riquezas, de las oportunidades y la preservación del poder político y, la repartición equitativa del sufrimiento, del abandono, del hambre, del destierro, de la discriminación, del analfabetismo y de la muerte entre los nadatenientes.

 

La pobreza no se reparte, se extiende y se enfatiza hasta cuando los individuos oxidan sus esperanzas, no obstante, hallan alcanzado excelsos niveles de educación, en cuyo caso, es posible disimularla, esconderla y hasta aplazarla. Sin embargo, cuando las políticas sociales mantienen cerradas las fronteras del barrio, de la vereda, del caserío, emerge de nuevo con su aplastante poder de destrucción.

“En la cultura escolar es necesario indagar las reglas explícitas y ocultas que regulan los comportamientos, las historias y los mitos que configuran y dan sentido a las tradiciones e identidades, así como los valores y expectativas que desde fuera presionan la vida de la escuela y del aula” (Pérez-Gómez 2.005).

Tales tradiciones asignan una manera particular de ser, sentir y expresar la ciudadanía desde el inicio de la niñez y confirman las diferencias que fraccionan las relaciones en la vida escolar, dando cuenta de un choque cultural en la búsqueda del ejercicio del poder ya sea individual o en grupo. Ese desencuentro – a veces imperceptible- también es asumido como marca, indicio, de que, en el universo escolar, a pesar de su naturaleza y especificidad pervive su contenido de complejidades y contradicciones muy cerca de la práctica social desde donde el sujeto inscribe su conducta. Esas mismas complejidades suscitan tensiones que la escuela pretende invisibilizar apelando a los preceptos normativos ganar y perder y acentuando la formación del educando en las dos únicas escalas de valores que afianzan su supervivencia: bueno y malo. Así, la escuela ha venido fracasando en el reparto de igualdades; al contrario, preserva la tradición del humanismo clásico impulsado por los jesuitas quienes “desarrollaron una forma de escolarización que establecía la rivalidad y la competición como motivación para el aprendizaje escolar, así como métodos de presentación y de ejercicio que asegurasen que lo aprendido no sería olvidado.” (Kemmis S. p. 35). Rivalidad y competición que en los tiempos actuales recobra su ímpetu, no como obligaciones morales para que los bienes del conocimiento se mantengan imperecederos en los rincones de la memoria y poderlos exhibir con orgullo. Desde luego que no; la rivalidad y la competición han quedado insertadas en la conciencia escolar como sustento de la reafirmación de las diferencias de clase; maratón clasista que legitima la clasificación vergonzante entre escuelas buenas y malas, como abono a la profundización de las políticas de mercadeo de la educación cuya meta es persuadir a los padres (clientes) para que matriculen a los hijos en las de alto rango, mientras que las clasificadas por debajo de “los estándares de calidad” promulgados por los gobiernos se verán compelidas a cerrar sus puertas. Aquí podríamos aplicar el verso de la famosa ranchera “no hay que llegar primero, sino hay que saber llegar “de Vicente Fernández, que bien serviría de regla de oro en la escuela para evitar que los niños y jóvenes con marcadas diferencias en el estilo, tiempo y modo de aprendizaje y en la convivencia, sean excluidos del efecto Pigmalión en la escuela y en la vida, hasta iniciar el proceso de pobricidio que los guiará en la búsqueda de su lugar en el mapa de la dignidad humana para - por fin- huir de la tragedia existencial de Jean -Baptiste Grenouille, o en el menor de los casos retar el destino del coronel Aureliano Buendìa.

viernes, 2 de octubre de 2020

"LAS SOMBRAS DEL MACURUTÚ"

 





LAS SOMBRAS DEL MACURUTÚ


                                                                     “Todos merecemos una obra de teatro sobre nuestra familia". Tracy Letts.

                                                                                 

 

     El destino y la fatalidad se confabularon para señalar y decidir la existencia de Helen O´Leary Díaz; fueron los responsables directos primero de su orfandad a muy temprana edad; luego, de sus cuatro viudeces consecutivas en menos de veinticinco años; adoptaron los caracteres de sus personajes favoritos para cumplir cabalmente su tarea; personificados en cataclismos, enfermedades, cólera morbo, viruela negra, y guerras se ensañaron para terminar de manera abrupta con sus afectos más cercanos, así como con los votos nupciales contraídos con cada uno de sus esposos, uno a uno, de forma cruel y definitiva.

     Su padre, un inmigrante católico irlandés, fugitivo de las persecuciones religiosas y los continuos enfrentamientos entre católicos y protestantes en su tierra natal, se había asentado en La Envidia donde llegó a poseer una estancia con una extensión de más de cuatro mil fanegadas y un hato de unas mil doscientas reses. Después del fallecimiento de su esposa a causa de una eclampsia durante su segundo parto, decidió trasladarse a la capital de la provincia con sus dos hijas gemelas de once años. Puso el cuidado de las tierras y el ganado adquirido, en manos de un administrador de su entera confianza quien en adelante le entregó informes anuales detallados sobre el manejo de sus bienes, lo cual le permitió desentenderse de la administración de sus propiedades y vivir holgadamente en la ciudad. Allí, el acaudalado hacendado compró un lote de dimensiones considerables y comenzó la construcción de una casona en la Calle del Pozo, cerca del Callejón Real, dentro del exiguo perímetro de la ciudad; se dedicó a establecer relaciones sociales con los habitantes prestantes de la población, quienes lo aceptaron en su círculo social; cortejó a Dolores De Armas, una solterona de edad mediana con quien poco tiempo después contrajo matrimonio; así, llegó a formar parte de las familias prestantes y prominentes de la población. Su esposa se hizo cargo de la educación de sus hijas que recibieron una esmerada dedicación por parte de institutrices encargadas de las clases de piano, bordado, danza, urbanidad y protocolo según las costumbres de la época; leían y entablaban conversaciones fluidas en inglés y francés. Durante los cuatro años que siguieron, todo pareció ir bien; la existencia de los habitantes de la villa fluía lenta y apaciblemente. Nadie pudo imaginar siquiera los catastróficos hechos que sacudirían y cambiarían sus vidas hasta el día del cataclismo.

     Patrick encontró en la explotación y exportación del palo de tinte, muy abundante en la región, una nueva y productiva fuente de ingresos. Instaló un aserrío en un terreno baldío en las afueras de la población en la prolongación hacia el oriente de la calle Mayor. La empresa progresó y fue necesario buscar otras fuentes para aprovisionarse de la mayor cantidad de madera posible; hizo arreglos para comprarle el producto a los indígenas de la región, quienes conseguían en la provincia de Padilla la materia prima en bruto y después de larguísimas jornadas de viaje, realizadas a lomo de mulas, traían la madera cortada rústicamente y luego la trasladaban hasta el aserrío donde se separaba la corteza del resto de la madera y se aserraban los troncos .Otros, encontraron más fácil y rápido el transporte de los troncos utilizando urcas que navegaban bordeando la costa, recogían el producto en ensenadas previamente acordadas con los taladores para llegar finalmente a la bahía. La madera del árbol era muy apreciada en Europa por sus múltiples usos en ebanistería; su madera de color anaranjado-rojizo poseía propiedades notables, su ductilidad la hacía insustituible en la arquetería ya que una vez trabajada tendía a mantener la forma original; su dureza y sonoridad, eran factores determinantes para la manufactura de instrumentos musicales, principalmente la construcción de arcos de violín. Además, en Holanda extraían de la corteza el tinte que luego comercializaban con las factorías textiles inglesas y francesas que lo usaban especialmente para el teñido de tejidos finos como el terciopelo. Hizo planes para comerciar la madera de otras especies que se podían utilizar en la elaboración de muebles finos. El negocio fue tan productivo que produjo la envidia de otros comerciantes quienes no dudaron en establecer otros aserríos que en pocas décadas produjeron la extinción de la especie en toda la región.

     Las gemelas Helen y Rose Mary O´Leary llamaban la atención de todos; a los quince años se habían convertido en hermosas y atractivas mujeres: altas, con caras agraciadas donde destacaban los ojos de color verde intenso, nariz respingada, hoyuelos en las mejillas, sus caras enmarcadas en un par de trenzas color de fuego, pecosas, de carnes firmes, senos altos, cinturas estrechas,  y piernas torneadas, recibían requiebros, piropos y elogios de todos los jóvenes en las reuniones a las que asistían.

      Pronto, las gemelas no pudieron resistirse y sucumbieron ante la insistencia de los admiradores y el deslumbramiento causado por una vida social totalmente desconocida para ellas; eran invitadas continuamente a recepciones y fiestas que se celebraban en el estrecho y exclusivo círculo social en el Club; ambas fueron cortejadas y finalmente recibieron propuestas formales de matrimonio de Alfonso Del Real y Patricio García, dos de sus más devotos pretendientes, las cuales su padre recibió con beneplácito y consideró oportunas a pesar de la escasa edad de sus hijas.

     El 17 de marzo durante los festejos de San Patricio, día en que su padre acostumbraba a ofrecer una fiesta de disfraces para celebrar al mismo tiempo su cumpleaños, su santo y la fiesta más tradicional de su país de origen, se dio la oportunidad. Aunque muchos de los asistentes no estaban de acuerdo con la celebración porque la fiesta se efectuaba en plena cuaresma y tenía visos de carnaval pagano, la curiosidad pudo más que cualquier otro reparo moral o religioso. Ese día, los invitados lucieron grandes sombreros verdes y disfraces de duendes; el anfitrión interpretó con algún acierto y nostalgia varias piezas musicales con la armónica, la  gaita irlandesa y un viejo bodhrán, instrumentos que alternaba como podía, mientras los jóvenes trataban de seguir el ritmo de las desenfrenadas danzas; abundaron la cerveza y las comidas típicas irlandesas: salchichas con puré de colcannon, tocino (jamón cocido) con repollo, estofado, boxty (pastel de papa), pastel de pastor, pan de papa y morcilla, los platos que Patrick prefería y hacía preparar para la celebración siguiendo fielmente las recetas más tradicionales de su país de origen.

     La ocasión se presentó propicia. Los progenitores de los pretendientes pertenecientes a familias respetables y reconocidas de la villa, aprovecharon un descanso en el baile para solicitar con toda solemnidad la formalización del compromiso. Tras la petición de mano, se inició el noviazgo y se fijó la fecha de las nupcias para la víspera del día de la Inmaculada Concepción del diciembre venidero. A partir de ese día, se vio en las tardes a las dos parejas paseando por el camino de la playa bajo la estricta vigilancia y compañía de las chaperonas designadas por la madrastra de las novias entre sus amigas más cercanas.

     La inusual algarabía de las aves de corral y la inquietud de los perros que ladraban sin cesar, señales premonitorias del desastre que ocurriría esa fatídica noche, fueron ignoradas o simplemente pasaron inadvertidas para los desprevenidos durmientes. Un ruido espantoso proveniente de las entrañas de la tierra, el sonido de cristales rotos, el estrépito de objetos golpeando el piso, sonidos indescriptibles, gritos pidiendo ayuda, fueron el comienzo de la calamidad sin nombre que azotó a Alisios a las tres de la madrugada de ese jueves 22 de mayo.

     Exactamente a esa hora, los habitantes de la ciudad se despertaron con el tremor de la tierra, Patrick O´Leary y su familia se salvaron milagrosamente porque las habitaciones de la casa que ocupaban, aún estaban en construcción y apenas tenían un techo provisional de palmas sobre las vigas; sin embargo, una de ellas cayó sobre el patriarca quien como pudo se abrió paso entre los escombros. Nunca se recuperaría de las lesiones, traumas y golpes que sufrió ese día.

     Cuando salieron a la calle, la tierra continuaba temblando, las casas se derrumbaban a su alrededor, todo se desmoronaba; parecía que el sismo no terminaría nunca, corrieron por el Callejón Real hasta la plaza de la Catedral, la torre de la iglesia se había desplomado, la gente buscaba los espacios abiertos. Esquivando los escombros, su padre las llevó hasta la playa por la calle de la Veracruz; ahí, vieron como la mayoría de las casas grandes se habían caído, el brazo del río que bordeaba la villa en sentido paralelo a la playa para luego desembocar en el mar, al final de la población más allá de la calle de la Santa Bárbara, se había secado de repente sin explicación alguna, atravesaron el lecho del río a pie porque el pequeño puente colgante de madera que unía al resto de la población con las fortificaciones y edificaciones colindantes con la playa estaba seriamente averiado y se balanceaba peligrosamente en sus extremos: en la siguiente esquina observaron con asombro que la ermita de Santo Domingo ya no existía y que la ermita de la Veracruz estaba semiderruida, el mar se había retirado, hecho que provocó la desbandada de la gente cuando alguien advirtió a gritos el peligro de un inminente maremoto; la gente corría sin rumbo definido en medio de la oscuridad reinante de un lado para otro sin ton ni son, buscando sin encontrar un lugar seguro donde guarecerse de las destructivas e incontrolables fuerzas de la naturaleza.

     Bajo las sombras del frondoso Macurutú, Helen rememoraba los sucesos de manera detallada y vívida:

– Ahí, vi con estos ojos que se han de comer la tierra y los gusanos, como desde el asilo de Betania, allá en la calle de la Santa Rita, la gente corría con los viejitos cargados; el asilo quedó totalmente destruido… no existiera ahora si no fuera por la Niña Antonia Vengoechea que regaló doscientos pesos para que lo edificaran otra vez; mi madrastra parecía una hoja, temblaba del miedo; nos devolvimos por la calle de la Acequia porque por la calle de Santo Domingo no se podía transitar… la calle estaba obstruida por los escombros de las casas en varios lugares; teníamos que encaramarnos por encima de ellos para poder pasar, por donde íbamos corriendo, escuchábamos los gritos de la gente pidiendo auxilio, no se veía casi nada, llegamos hasta el Callejón de San Francisco y de ahí hasta la plaza. ¿Se pueden imaginar ustedes ese cuadro? ¡Como si eso fuera poco, el mar se metió en plena madrugada!

     Luego describía cómo el pánico entre los sobrevivientes aumentó cuando el tsunami causado por el seísmo produjo marejadas que terminaron de destruir las casas construidas cerca de la playa y arrastraron toda clase de desechos, el agua del mar penetró en la población hasta más allá de la Caja de Agua, en la calle de la Veracruz, un depósito que proveía del preciado líquido a la ciudad y distaba más de trescientos metros de la playa, ubicado al final de la población. Algunos de los botes de los pescadores artesanales, se encontraron muy lejos, en la calle de Mamatoco a ocho o nueve cuadras de distancia de la playa, mientras otros se encontraron apilados en el cauce del río.

     –En el atrio de la iglesia de San Francisco, el agua alcanzó la altura de una persona; yo creo que muchos de los heridos que quedaron del terremoto, murieron ese día, ahogados o atrapados bajo los escombros. Todos pensábamos que el mar se iba a tragar a la ciudad, pero afortunadamente el agua no subió más, el mar comenzó a retirarse poco a poco.

      Ahí permanecimos hasta cuando salió el sol; hubo muchos temblores después de eso; duraron como dos semanas. Hubo uno muy fuerte el día 25, que, por cierto, cayó domingo, estábamos en la misa al aire libre, en la plaza de la iglesia de San Francisco, toda la gente huyó despavorida de la plaza; los demás fueron menos fuertes, pero causaban miedo cada vez que ocurrían. En la tarde, los difuntos que encontraron ese día, fueron puestos en filas, envueltos en sábanas blancas, en un lote baldío que ahora ocupa el parque del cementerio San Miguel. ¡Eso fue terrible, se me pone la piel de gallina con solo recordarlo! Ese primer día, sacaron de entre los escombros a seiscientas cincuenta y seis personas. En el transcurso de los días, fueron un montón, la gente hablaba de más de dos mil. Se sentía el olor a mortecina en toda la ciudad, los gallinazos aparecieron por todas partes; ¡por los gallinazos encontraron a muchos de los muertos! De las edificaciones grandes solo quedaron en pie la casa de don Manuel Joaquín de Mier, la Casa de la Aduana… ¡ah y la casa de don Juan Fairbank, se me olvidaba! La ciudad permaneció en ruinas durante muchísimos años; solo cuando iban a reconstruir nuevamente alguna casa, removían los escombros. Se derrumbaron más de cien casas. Los restos del Libertador quedaron expuestos fuera de la tumba, los iban a botar por los lados del Morro; se salvaron porque Don Manuel Hujueta los escondió en su casa hasta cuando los enterraron nuevamente unos días después en el mausoleo de los Díaz Granados.

     –Imagínese usted, en esa época estaba en el gobierno el ateo ese, que expulsó a los sacerdotes y a las monjas del país; después, cuando se estaba muriendo, lo primero que hizo fue pedir que le llevaran un cura para confesarse, ¡No sé de dónde carajo lo iban a sacar, si él mismo los había echado a todos! Debe estar ardiendo en el infierno; si hubiera sido por él…

      Fueron días terribles; el pregonero anunciaba cada mañana en la plaza de la Constitución los nombres de los difuntos que habían sido reconocidos por sus familiares o conocidos; familias enteras murieron esos días. Muy pronto se sacrificaron las pocas gallinas, pavos, cerdos y chivos que algunos de los vecinos criaban en los patios. Después, no se conseguía nada para comer, nos ayudábamos entre todos para hacer sopas de cualquier cosa, hasta trampas para coger las palomas y pichones se pusieron en esos días, mientras los dueños de los botes repararon los que no quedaron totalmente inservibles y pudieron pescar otra vez; muchos de los vecinos se ofrecieron para ayudar a reconstruirlos; ahí no hubo distinción entre hombres, mujeres, ricos, pobres y esclavos. La casa se había derrumbado casi toda; dormimos casi al aire libre hasta cuando se pudo medio levantar nuevamente porque la enfermedad de mi papá impidió terminarla. Empezaron a llegar noticias de Taganga, donde el terremoto también hizo muchos daños porque un alud de rocas se desprendió de uno de los cerros del caserío y aplastó la mayoría de las casas. Transcurrieron como tres meses antes de que la situación se normalizara.

     El matrimonio de las hermanas O´Leary se realizó con premura, antes de lo previsto; su padre quien nunca se recuperó de las lesiones sufridas durante el terremoto, se empeñó en que sus hijas tuviesen la seguridad y el respaldo de maridos respetables, con una situación económica sólida y definida; el hacendado y comerciante languideció rápidamente, al principio se quejó de fuertes dolores en el pecho y la espalda, luego, le faltaba el aire con frecuencia, se asfixiaba con facilidad; luego, los padecimientos se agravaron cuando comenzó a presentar vómitos de sangre. Fue atendido por el doctor Alejandro Próspero Révèrénd, el más reconocido médico de la localidad, quien gozaba de extraordinario prestigio, desde cuando atendió al Libertador durante su enfermedad y dictaminó tras la autopsia, que la muerte del prócer se debió a una tisis pulmonar tal como lo aseveró cuando lo atendió.

      Luego de un examen minucioso, el galeno diagnosticó que las fracturas de tres costillas que soldaron indebidamente y la perforación del pulmón izquierdo, así como la congestión del mismo por “perniciosos humores”, eran la causa de los males que aquejaban a Patrick. El estado precario de salud del patriarca, fue el principal motivo para que sus hijas cumplieran sus deseos y adelantaran las nupcias.

      Rose Mary y Helen contrajeron matrimonio el mismo día, en la misa del día de la Asunción, solo estuvieron invitados a la boda y a una discreta recepción en la casa paterna sus amigos y parientes más allegados; pero en adelante, sus vidas tendrían destinos muy diferentes. El delicado estado de salud del padre quien se deterioraba rápidamente a ojos vista, fue la causa por la cual Helen decidiera quedarse en la casa paterna, a pesar de la oposición de su marido, quien quería vivir de manera totalmente independiente. Pero los deseos del marido sucumbieron ante la férrea y porfiada voluntad de Helen. Así, el matrimonio García-O´Leary permaneció en un ala de la casa que se habilitó de forma apresurada, relativamente aislado del resto de la familia.

     Pasiones dormidas y desconocidas para Helen despertaron de golpe en la intimidad; su esposo, unos diez años mayor que ella, le enseñó a descubrir todos esos secretos que generalmente se mantienen ocultos en las alcobas, pero que pueden adivinarse en los comportamientos y actitudes que se exhiben en público. El paso de niña a mujer fue abrupto, pero ella se adaptó con rapidez y facilidad a su nuevo estado.

      La muerte de su padre ocurriría exactamente un año más tarde. La vida de Rose Mary sería anodina, transcurriría en medio de reuniones sociales con sus amigas del club, el juego de canasta y la frustración de su maternidad. Tuvo un solo hijo, Alfonso quien, desde muy temprana edad, mostró síntomas de retardo mental que luego se hizo evidente cuando las institutrices fracasaron en el intento de que aprendiese algo según los cánones de la época. Así, el bobalicón fue su compañía hasta el nacimiento imprevisto e inesperado de su única nieta. Su afición por los dulces, especialmente los chocolates, la convirtieron en poco tiempo en una mujer obesa en demasía; el tiempo hizo el resto, llegó el momento en el cual el parecido entre las dos se difuminó hasta casi desvanecerse por completo, ya que su hermana Helen conservo su figura delgada a pesar de su fertilidad; en poco menos de cuatro años, se había convertido en madre de tres hijos: Patricio, Fabricio y Raquel.

     Su esposo, Patricio García, adquirió una extensa propiedad en la parte sur de la ciudad, colindando el río, que bautizó con el nombre de El Alambique, el cual dedicó al cultivo de la caña de azúcar donde producía panela y un ron de excelente calidad; además, estableció al costado del río una tenería donde se realizaban las labores propias del curtido de las pieles; supervisaba personalmente los procesos de limpieza, curtido, recurtimiento y acabado de las mejores pieles que lograba conseguir en las estancias vecinas a la población; la curtiduría prosperó, la calidad y los acabados de los cueros producidos en ella eran muy apreciados por las talabarterías en el interior del país para la fabricación artesanal de muebles, carteras, bolsos, zapatos, billeteras y correas.