En el ejercicio de la literatura
conviven el relato y el cuento. Ambos son formas narrativas que en su origen
tienen parentesco con la antigua épica, que con el tiempo se transformó en
novela, cuento, relato y fábula. Primero fue la epopeya, cuando los géneros
clásicos eran la lírica, la épica y la dramática. Después la épica comenzó a
tratar temas particulares--habían
desaparecido las acciones de los dioses y poco se atendía a los relatos sobre
semidioses y héroes universales-- y la vida del hombre común y corriente
mereció ser destacada en literatura. Entonces la épica se transformó en novela,
cuento y relato. Todo lo expuesto hasta ahora nos permite concluir que no es lo
mismo un cuento que un relato. En efecto, señalemos algunas diferencias:
El relato es una narración menos rigurosa que el cuento. Su estructura
no sigue normas rígidas, por lo cual el narrador puede combinar a voluntad
elementos anecdóticos para conformar una historia que muchas veces parece
contada a retazos. En el relato se tiene en cuenta más lo que sucede que la
vida o el comportamiento de un personaje en particular. Además, el relato, por
su estructura abierta, puede hacer parte de una unidad narrativa mayor, más
extensa, como la novela.
El cuento es una narración en la cual las acciones giran en torno a un
núcleo o eje temático generalmente constituido por uno o pocos personajes. En
el cuento la acción aparece condensada, aferrada al personaje. Puede decirse
que las acciones envuelven al personaje con el fin de caracterizarlo y resaltar
sus notas distintivas. En un cuento las acciones no se diluyen; no hay espacio
para introducir digresiones explicativas; eso, además, restaría fuerza a las
acciones. Es decir, en el cuento los personajes se explican a sí mismos mediante
sus acciones. Esta situación es mucho más evidente cuando se trata de un cuento
psicológico.
Hay innumerables ejemplos de cuentos que pueden tomarse como modelos a
la hora de incursionar en este género literario. Los narradores principiantes
obtendrían conocimientos valiosos con la lectura y el análisis de cuentos como ‘El
perseguidor’ de Julio Cortázar y ‘El cautivo’ de Jorge Luis Borges. Aunque se
trata de narraciones con estructuras totalmente diferentes, se advierte que no
son relatos sino verdaderos cuentos. En ‘El Cautivo’ puede notarse que si el
autor hubiera tratado de alargar el cuento, habría dañado una de las más logradas
obras cortas de Borges.
Para aclarar más el tema pensemos en ‘El lazarillo de Tormes’, narración
picaresca en la cual un joven huérfano cuenta su vida de servidumbre bajo la
autoridad de varios personajes, cada uno de los cuales perteneciente a
diferentes clases sociales. Pues bien. El chico, que es un pícaro y a cada
instante se las ingenia para ganarse la vida, se convierte en auxiliador de sus
sucesivos amos o patrones. Sin él ellos no podrían sobrevivir. La obra es una
sucesión de cuentos. El personaje es Lázaro, y la obra, estudiada como modelo
de la literatura picaresca española, ha soportado la crítica por más de cuatro
siglos y medio.
Por último, como la modestia nunca se deja tan “aparte” como se pretende hacer
creer a los demás cuando ponderamos algo nuestro, recuerdo ahora que mi libro ‘Espejos
astillados de la memoria’ no es una colección de cuentos sino de relatos.
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