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sábado, 28 de abril de 2012

UNA MUJER




 
"Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar
qu´es el morir; (...)"
 
                              Jorge Manrique
 
Independientemente de cualquier ideología, creencia o sentimiento, no podemos negar lo transcendente que resulta ser en sí misma la existencia de cada uno de nosotros como ser humano. En nosotros reside una chispa de la divinidad que ilumina como un faro los tormentosos senderos del trasegar existencial. Pero todos somos seres con un destino común: Somos seres para la muerte. Ella, inexorablemente, interrumpe y termina de una vez y para siempre nuestros afanes, nuestros sueños, nuestros ideales, nuestros trabajos, nuestras dificultades. 
 
Surgen entonces las dudas, los interrogantes, las inquietudes, y por qué no, la angustia. Ese destino final impone una reflexión objetiva sobre nuestro propio discurrir existencial. Cada acto, cada hecho, cada vivencia, cada relación que establezcamos, cada diálogo en el que participemos, en fin, cada momento compartido, influye en la personas con quienes nos interrelacionamos día a día y deja un eco que, de alguna manera podemos percibir como un reflejo de la actividad cósmica total de la cual hacemos parte.
 
Henos aquí, frente a los despojos mortales de nuestra madre. Frente a ella, solo podemos expresar nuestro profundo y entrañable amor y agradecimiento. Su existencia y la de nuestro padre, permitieron la nuestra. El amor compartido nos regaló el precioso don de la vida, de nuestra vida.

Nuestra percepción de su vida pertenece a nuestra intimidad y por ello mismo, inenarrable.Su vida transcurrió en un contexto cambiante; fue de las primeras mujeres que en su época realizó estudios superiores que le permitieron incursionar con éxito en el mundo laboral, a pesar de los obstáculos propios de una sociedad que excluía la participación de las mujeres. Debió afrontar así los retos que suponen ser a la vez ama de casa, esposa, madre y empleada. De carácter apacible pero recio, de muy pocas palabras; le costaba expresar  (como a nosotros)  los sentimientos, pero era un secreto a voces el amor que sentía por toda su familia y allegados, lo manifestaba con  hechos, en ocasiones poco claros, pero que aprendimos a interpretar con el paso del tiempo.
 
Hoy, agradecemos sus desvelos, la fuerza de sus convicciones, agradecer la firmeza de su carácter para educarnos e inculcarnos la vivencia de los valores, agradecer cada consejo, cada regaño, cada observación, cada diálogo; en lo personal, agradecemos el permitirnos acceder desde muy temprana edad al santosantorum de su biblioteca modesta pero selecta en la cual nos asomamos por primera vez al mundo de Dostoievski, Tolstoi, Turgueniev autores a los que era afecta.
 
Por último, agradecer su larga existencia, su incondicionalidad como esposa, madre,  hermana, abuela. Agradecer, agradecer, agradecer...




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