Por considerarlo de mucha importancia para establecer las diferencias existentes entre el discurso oral y el discurso escrito, transcribimos lo pertinente de una obra del escritor colombiano Álvaro Rodríguez Díaz
"La
capacidad de producir y comprender discursos escritos es diferente a la de
producir y comprender discursos orales. Una comparación entre estos dos tipos
de discursos pueden ayudar a explicar las dificultades que rodean el proceso de
escribir y de leer.
En cuanto a su
adquisición y uso:
En primer
lugar, es fácil observar que el hablante de cualquier lengua emplea la mayor
parte de sus horas de actividad comunicándose verbalmente en el siguiente
orden: escuchando, hablando, leyendo y escribiendo. Es decir, una persona
normal emplea, en general, alrededor de diez a once horas comunicándose
verbalmente.
Como se puede
apreciar, la capacidad de comunicarse por escrito es la que menos se practica:
Hay días y
hasta semanas en la que los hablantes de una lengua no escriben ni un solo párrafo.
Esta es una de
las razones que dificultan el arte de escribir.
En segundo
lugar, el hecho de producir discursos escritos es una habilidad que no todos
los hablantes de una lengua llegan a dominar. Mientras que el habla se adquiere
por el solo hecho de nacer y de convivir en una comunidad lingüística
(exceptuando a los sordos), la habilidad de escribir depende de una instrucción
especial. La mayor parte de la población mundial, a pesar de poder expresar con
fluidez oralmente, no puede hacerlo por escrito de la misma manera: unos,
sencillamente, porque no se les ha sabido enseñar; y otros porque sus lenguas
carecen de un sistema de escritura: tal es el caso de la gran mayoría de las
comunidades indígenas.
En cuanto al funcionamiento:
El discurso oral
tiene lugar en un contexto de situación. Así se le denomina al conjunto de
circunstancias de carácter social, emocional, cultural, etc., que rodean al
acto lingüístico. Por eso, cuando se habla, no es necesario ser demasiado
explicito, pues gran parte de la significación está fuera del texto. Dentro del
marco de la significación muchas referencias se presentan claras, cosas que no
ocurren en el discurso escrito. Si, por ejemplo, un hablante A, al mismo tiempo
que señala algo, emite el siguiente enunciado:
Ej. (1)
“Así como aquí.”
Lo más probable
es que su interlocutor (B) logre entender con claridad lo que A le quiere
decir, porque el contenido proporcional de este enunciado además de estar
ligado a otro que le precede, se refiere a algún referente que está ante la
presencia de A y B. Un enunciado como,
Ej. (2)
“¿Quién hizo eso?”
De acuerdo con
la situación en que se omite podría significar diversos conceptos, tales como:
Ej. (3)
“¿Quién fue el estudiante que puso
esta tachuela en mi silla para que me lastimara?”
O también:
“¿A quién se le ocurrió pintar un dibujo tan
inmoral?”
El lector podrá
adjudicar más sentido al enunciado (2)
Por otra parte
en el discurso oral, debido a la presencia del interlocutor, se tiene la oportunidad
de obtener respuestas que permiten al hablante modificar el código que está
utilizando.
Es decir, se
produce una interacción continua y un proceso de “feedbacks” (es un término de
la cibernética con el que se designa todo tipo de respuestas en la que se capta
el grado de adecuación o efectividad de determinada expresión, conducta o
acción por parte del receptor/oyente, que retroactúa sobre el hablante) que
funciona como un refuerzos positivos y negativos para los enunciados de los
interlocutores: una mirada en la que el hablante capta que su interlocutores:
una mirada en la que el hablante capta que en su interlocutor no o ha
comprendido, lo proviene acerca de la inmediata necesidad de repetir o de
replantear en otros términos lo que quiso decir. Una mirada de incredulidad que
el hablante capta en su interlocutor lo obliga a enfatizar ciertos puntos o a
utilizar otra evidencia que refuerce su
atención. Podrá, además, cortar su discurso y cambiarla con tanta frecuencia
como sea necesario para que lo entiendan como él desea.
En los discursos orales, el hablante no
solamente significa por las palabras que acogen sino que también hace uso de
otros recursos: pausas, cambio de ritmo, de tonos, de velocidad, de gestos, de
movimientos, etc. El interlocutor deriva los significados no solamente de las
palabras que oye, sino también del comportamiento físico que las acompañan: la
ironía, la mentira, la broma, la rabia, etc., son factores que se captan en el
rostro del hablante sin que por ellos estén presentes en las palabras.
El discurso
escrito, por el contrario, carece de un contexto situacional, por lo que hay
que crearlo lingüísticamente. Por eso es más difícil comunicarse por escrito.
La persona a quien va dirigido este tipo de discurso no está presente, por lo
tanto no se goza de la tremenda ayuda que prestan la entonación, las pausas,
los gestos, etc.
Tampoco se
dispone de un “feedback”, ni siquiera se goza de una segunda oportunidad que
permita al escritor hacerse entender si no fue lo suficiente explícito en algún
pasaje de lo que escribió. El escritor, al estar aislado de su lector en el
espacio – y a menudo en el tiempo -, no tiene ninguna de las ventajas que ya
se esbozaron en el discurso oral.
Si bien es cierto que existen recursos grafológicos
que se emplean en el discurso escrito (signo de puntuación, subrayados,
mayúsculas, etc.), es un hecho el que escribir se cuentan con menos recursos, y
los que se poseen son estrictamente de carácter lingüístico.
En cuanto a su
estructura:
Como se ha
planteado en 2, el discurso oral se
caracteriza por la posibilidad de reforzar
el significado por medio de formas de comportamiento extralingüísticas,
y que por esa razón no tiene que soportar la carga semántica. En el discurso
oral, además, se corre el riesgo de ser interrumpido (y hasta de interrumpirnos
nosotros mismos), abandonar las ideas a mitad de camino y recomenzarlas de otra
manera más efectiva, o vacilar con una
muletilla (hum… eh… este…, etc.) hasta que acudan a la mente las palabras o as
estructuras que se desean por ser más eficaces.
Por esta razón
la lengua oral no necesita estar organizada gramaticalmente de la misma manera
como si lo debe estar la lengua escrita.
El discurso
escrito, por el contrario, no está sujeto a interrupciones ni es posible
encontrar en él un “feedbacks”, por lo tanto la única evidencia que tiene el
lector para captar los significados del escritor será el que de una forma
silenciosa, le ofrece la lengua en el papel. Por esta razón debe estar mejor
estructurado que el discurso oral. No es un secreto que el discurso escrito es
mucho más refinado que el discurso oral. Este es más espontáneo y, por lo
mismo, más descuidado. En cambio nadie escribe de la misma forma como habla. Esta
afirmación incluye a los escritores y a las personas menos ilustradas.
Los dos
aspectos del discurso oral – la expresión oral y la escucha – son dos
actividades en la que hay una estrecha relación entre las actividades
productiva y receptiva. Pero en los dos elementos básicos del discurso escrito
– composición y lectura – esta interrelación no existe de la misma medida.
Lectura y composición no son dos actividades típicamente recíprocas del mismo
modo en que sí lo son el habla y la escucha. Si bien es cierto que hay
situaciones en que se pueden interactuar con la lengua escrita, tal es el caso
de la correspondencia, también es el hecho de que la mayoría de los discursos
escritos no tiene esta intención. Generalmente, lo que se escribe no depende
directamente de una lectura previa como tampoco exige una lectura inmediata.
Aunque el acto
de producir discursos escritos dependen en su totalidad de cómo se utilicen los
recursos lingüísticos, sería un error concluir que todas las ventajas están de
parte del discurso oral. Es cierto que quién escribe tiene que organizar
cuidadosamente sus oraciones, pues no siempre tiene la oportunidad de conocer
el efecto que causaron. Pero, por otra parte, no tiene por qué escribir
rápidamente, y tiene gran parte del tiempo a su favor. El escritor tiene la
oportunidad de revisar y reescribir sus oraciones hasta estar satisfecho con la
forma como expresó sus ideas. De igual manera, el lector está en una situación
privilegiada con respecto al escucha, en
algunos aspectos. El lector tiene el discurso escrito allí, estático, lista
para ser analizado cuantas veces quieras, con la seguridad de lo que allí se
plantea no se va a modificar, especialmente cuando se trata de discursos orales
complejos.
Naturalmente
que existen más diferencias entre el discurso oral y el discurso escrito, pero
con las que se ha planteado hasta el momento se puede concluir que las
oraciones en el discurso escrito no se construyen con el mismo criterio con que
se producen las emisiones propias del discurso oral. Por lo tanto, los criterios
que se utilizan para el estudio de la
oración en el texto escrito deben orientarse teniendo en cuenta las
características propias de este tipo de discurso.
DISCURSO LITERARIO Y NO
LITERARIO
La distinción
entre el discurso literario y no literario, a pesar de tener un gran porcentaje
de validez, es de difícil manejo. Con ella no se pretende establecer una diferencia entre los que es literatura y lo
que no solo es, sino establece unas mínimas y convencionales reglas del juego,
carentes de dogmatismo, ya que es imposible ocultar que ciertas estructuras y
fenómenos que pueden caracterizar un texto literario pueden aparecer
perfectamente en uno no literario. Con esta distribución simplemente se desea
demostrar que el discurso no literario (DNL) ofrece un tipo de codificación y
descodificación más sencillo o, mejor, menos complejo, que un discurso
literario (DL). Con el análisis de estas diferencias se trata de justificar en
parte, además, las razones que han llevado a centrar el interés del autor de
este trabajo en los discurso propios del texto no literario.
En cuanto a la utilización
Una diferencia entre estos dos tipos de
discurso se basa en la utilización especial del lenguaje mismo. El DLN es ante
todo un instrumento de comunicación, mientras que el DL es un instrumento de
Expresión de vivencias y en este sentido es “gratuito” porque, descartando los
intereses editoriales, nadie le pide ni espera que un escritor escriba lo que
escribe, como tampoco le sugiere cómo debe hacerlo. El literato, sabe que con
su obra no va a cambiar el mundo, lo máximo a que él aspira es a expresar una vivencia interna. En cambio el
autor del DNL se propone objetivos más precisos; con su pluma puede ayudar a
construir o a destruir un mundo. Su discurso conlleva una intención deferente,
que es la de comunicar; por eso su discurso está sometido a reglas definidas,
por eso no es gratuito. En el DNL el lenguaje se convierte en un simple herramienta,
mientras que el DL el lenguaje es mucho más que eso.
Con el DNL se tiene una intención clara
y específica, que es la comunicación, y está no puede darse a menos que exista
una simplicidad de medios. Eso de que “el arte es comunicación” (y que disculpe
los que así piensan), no es cierto del todo a pesar de que muchos opinan lo
contrario. La comunicación apenas es un aspecto secundario del arte, en este
caso del DL en literatura, por ejemplo, es más importante la expresión que la
comunicación. De ahí que cuando un
escritor se le censure negativamente sobre lo que escribe, responda con frases
como “Yo no escribo para nadie”. Aunque esto no es cierto del todo, se puede
concluir que lo que menos le interesa a este escritor es la comunicación. La
expresión puramente estética de la literatura no es comunicable, por ello cada
lector puede apreciarla a su manera, y en ese sentido la obra se enriquece más.
En
cuanto al referente
Un DL no se puede juzgar del mismo modo
que un DNL por su adecuación a la realidad externa, por su fidelidad a una
realidad ajena así misma. En los DNL el contexto de situación es preciso,
definida, está lo suficientemente ubicado para que en lo posible haya una sola
interpretación adecuada del mensaje. En cambio en el DL el contexto situacional
se pretende vago, ambiguo… porque es el lenguaje el que recrea la situación,
presentándose por lo tanto ambiguo el mensaje literario con tantas referencia
situacionales como lectores tenga la obra. A este respecto es muy significativa
la apreciación de Barthes (1981:56):
“…las ambigüedades del lenguaje practico nada son
comparadas con las del lenguaje literario. Las primeras pueden, en efecto,
deducirse por la situación en que aparecen: algo fuera de la frase más ambigua,
un contexto, un gesto, un recuerdo nos dice como hay que comprenderla, si
queremos utilizar prácticamente la información que está encargada de
transmitirnos: la contingencia es lo que da claridad al sentido.
Nada semejante con la
obra: la obra es para nosotros sin contingencia, y ello es quizás lo que mejor
la define: la obra no está rodeada, designada, protegida, dirigida por ninguna
situación, ninguna vida práctica está allí para decirnos el sentido que hay que
darle; siempre tiene algo de “situacional”: la ambigüedad en ella es pura: por
prolija que sea, posee algo de concisión pítica, palabras conformes a un primer
código (la Pitia no divagaba) y sin embargo abierta a muchos sentidos, porque
estaban pronunciadas fuera de toda situación – salvo la situación misma de la
ambigüedad: la obra está siempre en situación profética. Sin duda agregando mi
situación a la lectura que hago de una obra puede reducir su ambigüedad ( lo
que sucede por lo común), pero esta situación cambiante, compone la obra, y no
da con ella: la obra no puede protestar contra el sentido que le prestó, desde
el momento en que yo mismo me someto a las sujeciones del código simbólico que
la funda, es decir, desde el momento en que acepto inscribir mi lectura en el
espacio de los símbolos; pero tampoco puedo
autentificar ese sentido, porque el código segundo de la obra es
limitativo, no prescriptivo: traza volúmenes de sentido, no de líneas; funda
ambigüedades, no un sentido.”
Como se puede concluir, el DL no puede
ser descifrado de la misma forma como se descifra uno no literario. La obra
literaria es abierta y es lector quien puede actualizarla dándole un sentido
incluso, construyéndole uno. Este es uno de los motivos por lo que ante un mismo texto literario
puedan resultar diferentes interpretaciones y no tenga sentido el que haya
profesores de literatura que pidan a sus alumnos que explique cuál es “el
mensaje de la obra” que le ha recomendado que lean.
Por otra parte, la interpretación de un
DL por parte de un lector no es fruto de la casualidad, sino por el contrario,
de una interpretación con base en una ideología, en función de unas
preferencias, de un sistema de referencias y hasta en función de un estado de
ánimo pasajero.
En
cuanto a la estructura
El DL es
mucho más complejo que el DNL.
Tiene sus cualidades
especiales que lo hacen el más difícil de elaborar. Una gran cantidad de
restricciones propias del DNL se convierten en recursos normales en el DL. A
esta capacidad del DL de poder apartarse de normas establecidas para el DNL se
le denomina “carácter desviante”. Mientras el discurso propio de la filosofía,
ejemplo, es desviante frente al discurso científico u otro tipo de discurso, el
DL se presenta como el discurso más desviante de todos.
Como se puede
entrever, el DL no es privativo de la literatura, pues si así fuera, habría que
excluir a escritores tradicionalmente incluidos en las historias literarias de
diversos países: Bolívar, como autor de discursos y proclamas; Pascal, como
pensador; Téllez, como autor de prosas; Varga Vila, como ensayista, etc.
La única
ocasión en que el lenguaje se pone a prueba en toda su capacidad, se da en el
DL.
En la lengua
existen una inmensa cantidad de estructuras, palabras, significados, etc., que
afloran a la superficie en el DL no es arbitrario en la misma medida en que sí
lo es el DNL. Barthes (1981:54), señala que:
“En el
fondo siempre el escritor tiene la creencia de que los signos no son
arbitrarios y que el nombre es un propiedad natural de la cosa: los escritores
están del lado de Cratilo, no de Hermógenes. Ahora bien, debemos leer como se
escribe es entonces cuando “glorificamos” la literatura (glorificar es
“manifestar en su esencia”) porque si las palabras no tuvieran más que un
sentido, el del diccionario, si una segunda lengua no viniera a turbar y a
liberar “las certidumbres del lenguaje”, no habría literatura. Por eso las
reglas de la literatura no son las de la letra, sino las de la alusión: son
reglas lingüísticas, no reglas filológicas.”
Por otra parte
el DL no es un discurso estructuralmente homogéneo: es más bien una familia en
que se amalgaman toda una gran variedad de discursos de diferentes tipos en los
que cada uno generalmente tiene estructuras textuales bien diferentes, y que,
además, obedece a diferentes técnicas de
elaboración a las que se someten DNL.
Esta elaboración algunas veces hace incomprensible el DL, especialmente para
aquellos que carecen de una adecuada educación literaria que se materializa en
la incapacidad para entender ciertas obras literarias diversos tipos: narrativa,
poesía, drama, etc., ya que desconocen convenciones que existen para leer
textos literarios y que en la literatura son aceptadas tácitamente.*
Como
consecuencia de lo anterior, cuando se abusa de los modelos literarios en los
cursos de composición escrita, se corre el riesgo de que el alumno no esté en
condiciones de imitar esos modelos porque son los más difíciles de imitar; un
mismo plano sus errores con las cualidades de los escritores modelos. Por esto
no es raro escuchar afirmaciones de los
alumnos en el sentido de que no usan el punto, por ejemplo, porque García Márquez tampoco lo utiliza con
frecuencia en “El otoño del patriarca”.
Es cierto que
algunos discursos literarios se hacen y se comprenden de manera casi idéntica o
muy parecida a aquellas por la que se comprende y se elabora un DNL; sin
embargo, el DL existe una diferencia importante: el lector tiene que prestar
atención a ciertos rasgos de superficie, estructurales y estilísticos, mientras
que en el DNL el lector procesa la información
para llegar al significado, a la referencia, más rápidamente, prestando
atención solamente a aquellas pistas de superficie que tiene una función
comunicativa efectiva.
Un escritor
prefiere muchas veces oraciones y discursos “semigramaticales” por el efecto
que logran con ellos, pero el escritor que verdaderamente conoce su orificio
sabe de antemano porque lo hace. El alumno que se inicia en un curso de
composición escrita, no siempre tiene claridad sobre los aspectos que se han
analizado en este capítulo; por esta razón es saludable, en sus comienzos, a
iniciar a este tipo de estudiantes en el estudio del DNL, y dejar la imitación
de modelos literarios para cursos más avanzados. El estudio del DL debe ser el
objeto de estudio propios de lo talleres literarios a los que, se supone,
asisten alumnos con inclinación, con aptitudes para esta clase de cursos. Pero,
insistimos, en sus inicios hay que preparar al alumno para que utilice la
lengua con propósitos comunicativos menos complejos como son los de informar,
persuadir, comparar, etc.
Al finalizar este capítulo cabría la
ocasión para formular esta pregunta: ¿Existen reglas, técnicas o procedimientos
para enseñar a producir discursos literarios? En este trabajo se afirma que no.
un discurso literario no se elabora como quien sigue una receta de cocina para
la preparación de un plato exquisito. El artista de la comunicación escrita se
hace a base de mucho trabajo y lectura. La superación personal es la base de su
éxito. Sobre el particular es oportuno citar las palabras de Pedro Gómez
Valderrama (1981), quien afirma:
“… No se puede aprender
a ser escritor. Se aprenden técnicas, los procedimientos. Pero ser escrito es,
ante todo, una aptitud especial, una disposición, igual a las que otros pueden
tener para las ciencias exactas, o para una rama especial de la investigación
científica… no creo que haya un solo escritor que pueda decir que su obra no
está influida por la lectura devota y paciente de algunos autores, que son lo
más afines con el propio espíritu...”
RODRÍGUEZ DÍAZ, Álvaro.“Aproximación al texto
escrito”. Ediciones Unión Nacional de Escritores, Barranquilla.1987.
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