TRADUCTOR TRASLATOR 譯者 TRADUCTEUR

English plantillas curriculums vitae French cartas de amistad German documental Spain cartas de presentación Italian xo Dutch películas un link Russian Portuguese Japanese Korean Arabic Chinese Simplified

sábado, 9 de mayo de 2020

EN POCAS PALABRAS




“Se leen novelas para compensar ciertas lagunas de la experiencia.” (Simón O. Lesser)

FARE SAMUEL SUÁREZ S.
     Tomaremos prestada la célebre expresión de J. Ricardou: la novela ya no es la escritura de una aventura, sino la aventura de una escritura” para intentar acercarnos un poco al trozo de historia que el Licenciado Álvaro Gómez Castro ha puesto a consideración de ustedes –ávidos lectores. Pero no hablamos de una extensa hilera de eventos sobrios y dantescos sepultados en el tiempo, sino de un carácter, un personaje como tema que gobierna la obra Las sombras del Macurutù, es decir, como sustancia, como interés central del mundo que se explora, aunque también, un personaje usado como medio, como técnica, como instrumento fundamental para la visión o exploración de ese mundo, de acuerdo con Òscar Tacca en Las Voces de la Novela.

     Desde hacía algún tiempo, habíamos  constatado el ermitañismo literario del autor. Álvaro Gómez Castro había permanecido confabulado con el silencio y la opacidad en los guisos de su creación artística y cultivo de las letras. Sólo la academia lo forzó un poco a salir de su egotismo en el arte de la imaginería. Fue desde allí, gracias a las aulas, donde inicio su periplo productivo por la mayoría de los géneros literarios. Ninguna expresión del arte creativo le fue infiel; tal vez la poesía apenas alcanzó a tirarle sus guiños, en cambio la dramaturgia, la narrativa y la pasión por el vallenato lo condujeron hacia la conquista de escenarios para que niños y jóvenes potenciaran sus habilidades discursivas y competencias dialógicas con la instauración de foros y conversatorios literarios, principalmente.

     Sin embargo, su intento por mantener el bajo perfil y la voz literaria con mínimo eco, no tuvo éxito; amigos y colegas después de leer con juicio Los Avatares de la Inopia, coincidieron en que para mejorar la salud literaria de la región había que insistirle a Álvaro en el cultivo del arte de la creación literaria. Todavía peor. Resultó imposible esconderse bajo la sombra del Macurutù porque su voz contagiosa retumbó en la Fundación Museo Bolivariano de Arte Contemporáneo, durante  conferencias sostenidas con el tema del árbol que da título a la obra. También las entrevistas y notas periodísticas de la prensa escrita local dieron buena cuenta del conocimiento sobre la vida del árbol, razones que pesan mucho en el momento de juzgar el brillo poético de las imágenes bien logradas que iluminan las páginas recién nacidas que usted, querido lector, ayudará a crecer.

     Cuando nos encerramos en la orgía semántica de los vocablos, le negamos al universo de la creación el espíritu mágico que lo habita.  Abrir el debate acerca del género en el que se inscribe Las sombras del Macurutù poco le aporta al viaje alrededor de eventos ficticios en complicidad con páginas históricas verificables. Poco importa tratar de identificar y así distinguir lo ficcional de lo real; más bien, valdría la pena recoger los estremecimientos que nos produce la desdicha de la protagonista y constatar que la vida tal cual es permanece en la novela. Esta y aquella se conjugan, se funden, porque tan real es la cotidianidad del hombre que lo inexplicable sirve de labrado a la imaginación para fundar mundos paralelos y posibles. Y que mejor comprobación que uno de los hipertextos más sobresalientes aparecido en la página 47 Aquí quedó el corazón; pero se perdió el cofre de oro con corazón y todo…La culpa se la echaron al pobre cura de la catedral…” Cualquier parecido con el hecho de la Custodia de Badillo, es pura literatura.

     Qué interesante darle la bienvenida al escritor, al caribeño cuyo lenguaje logra destemplar una historia inscrita en la lápida de la memoria de quienes nacimos en esa parcela de la geografía local. Me refiero a la entidad psíquica narrador, distinta de la entidad material escritor. La sutileza,  con la cual el narrador monitorea a los personajes desde su omnisciencia, nutre de amenidad, gracia y estilo blando cada estado de sus conciencias. La habilidad narrataria conduce de la mano sin tropiezo alguno, el diluvio de nombres, hechos y circunstancias, que tanto le cuestan al lector sostener en el hilo de la lectura.

     La puesta en escena de sucesos del pasado (siglo XIX) con la agudeza del presente, carga unas hileras de prejuicios éticos y morales que adicionan un hecho estilístico poco común: la exclusión transitoria del narrador heterodiegètico, para que el Yo homodiegètico irrumpa exhibiendo su alta temperatura moral. Hacemos la distinción porque el narrador carece de personalidad, sólo tiene una misión, a lo sumo una función: contar.

     No podría – ni por dudas- un autor con altas dosis éticas y morales, dejar de pedirle permiso a un narrador para emprender juicios de valor debido a las acciones de los personajes. Tal vez, el metatexto de la página 115 sostenga mejor mi alusión: “…el cura abandonaba con sigilo la casa cural para escabullirse por las oscuras, desiertas y silenciosas calles hasta llegar a la casona donde Helen lo esperaba. Allí, saciaban su hambre de afecto, pasión y lujuria en medio el silencio y el calor de las madrugadas mientras se compadecían mutuamente.”

     Para finalizar, confieso mi nesciencia ecológica. La novela de Álvaro Gómez Castro llenó otro renglón de mi enciclopedia cultural. Seguramente más de un puñado de ustedes desconocía –por lo menos el nombre- del árbol que hoy expresa la paratextualidad de la obra. Un título que no responde a las expectativas de contenido del lector, sino que es usado como pretexto para descifrar la longevidad del árbol a partir de la narración de una historia donde la imaginación creadora nos mece con el cruce temporal de obras que bien podrían tomarse como hipotextos: Helen parodiando a Emma Bovary o a la Mamá Grande.
    
     Pareciera como si Álvaro le hubiera prestado atención a Roland Bourneuf cuando dice que En las últimas páginas de una novela, el autor nos confía a menudo la llave del universo que ha edificado, a menos que escoja escamoteárnosla con una pirueta, o dar un pujoncito a la intriga para sacársela de encima.” 
       
     Este es su caso, donde termina la historia mas no la novela.  No hay señales de fatiga narrativa, desde luego que no; el mismísimo árbol de  Macurutù le habría valido ya no para justificar la historia, sino para acreditar el título de la novela, sin embargo, la erudición de su discurso ambiental podría entenderse como una pista para la próxima producción literaria.

                                              Fare Samuel Suárez Sarmiento

No hay comentarios:

Publicar un comentario