FARE SAMUEL SUÁREZ S. |
Tomaremos
prestada la célebre expresión de J. Ricardou: la novela ya no es la escritura
de una aventura, sino la aventura de una escritura” para intentar
acercarnos un poco al trozo de historia que el Licenciado Álvaro Gómez Castro
ha puesto a consideración de ustedes –ávidos lectores. Pero no hablamos de una
extensa hilera de eventos sobrios y dantescos sepultados en el tiempo, sino de
un carácter, un personaje como tema que gobierna la obra Las sombras del
Macurutù, es decir, como sustancia, como interés central del mundo que se
explora, aunque también, un personaje usado como medio, como técnica, como instrumento
fundamental para la visión o exploración de ese mundo, de acuerdo con Òscar
Tacca en Las Voces de la Novela.
Desde
hacía algún tiempo, habíamos constatado
el ermitañismo literario del autor. Álvaro Gómez Castro había permanecido
confabulado con el silencio y la opacidad en los guisos de su creación
artística y cultivo de las letras. Sólo la academia lo forzó un poco a salir de
su egotismo en el arte de la imaginería. Fue desde allí, gracias a las aulas,
donde inicio su periplo productivo por la mayoría de los géneros literarios. Ninguna
expresión del arte creativo le fue infiel; tal vez la poesía apenas alcanzó a
tirarle sus guiños, en cambio la dramaturgia, la narrativa y la pasión por el
vallenato lo condujeron hacia la conquista de escenarios para que niños y
jóvenes potenciaran sus habilidades discursivas y competencias dialógicas con
la instauración de foros y conversatorios literarios, principalmente.
Sin
embargo, su intento por mantener el bajo perfil y la voz literaria con mínimo
eco, no tuvo éxito; amigos y colegas después de leer con juicio Los Avatares de
la Inopia, coincidieron en que para mejorar la salud literaria de la región
había que insistirle a Álvaro en el cultivo del arte de la creación literaria. Todavía
peor. Resultó imposible esconderse bajo la sombra del Macurutù porque su voz
contagiosa retumbó en la Fundación Museo Bolivariano de Arte Contemporáneo,
durante conferencias sostenidas con el
tema del árbol que da título a la obra. También las entrevistas y notas
periodísticas de la prensa escrita local dieron buena cuenta del conocimiento
sobre la vida del árbol, razones que pesan mucho en el momento de juzgar el
brillo poético de las imágenes bien logradas que iluminan las páginas recién nacidas
que usted, querido lector, ayudará a crecer.
Cuando
nos encerramos en la orgía semántica de los vocablos, le negamos al universo de
la creación el espíritu mágico que lo habita. Abrir el debate acerca del género en el que se
inscribe Las sombras del Macurutù poco le aporta al viaje alrededor de eventos
ficticios en complicidad con páginas históricas verificables. Poco importa
tratar de identificar y así distinguir lo ficcional de lo real; más bien,
valdría la pena recoger los estremecimientos que nos produce la desdicha de la
protagonista y constatar que la vida tal cual es permanece en la novela. Esta y
aquella se conjugan, se funden, porque tan real es la cotidianidad del hombre
que lo inexplicable sirve de labrado a la imaginación para fundar mundos
paralelos y posibles. Y que mejor comprobación que uno de los hipertextos más
sobresalientes aparecido en la página 47 “Aquí quedó el corazón; pero se perdió el
cofre de oro con corazón y todo…La culpa se la echaron al pobre cura de la
catedral…” Cualquier parecido con el hecho de la Custodia de Badillo,
es pura literatura.
Qué
interesante darle la bienvenida al escritor, al caribeño cuyo lenguaje logra
destemplar una historia inscrita en la lápida de la memoria de quienes nacimos
en esa parcela de la geografía local. Me refiero a la entidad psíquica
narrador, distinta de la entidad material escritor. La sutileza, con la cual el narrador monitorea a los
personajes desde su omnisciencia, nutre de amenidad, gracia y estilo blando
cada estado de sus conciencias. La habilidad narrataria conduce de la mano sin
tropiezo alguno, el diluvio de nombres, hechos y circunstancias, que tanto le
cuestan al lector sostener en el hilo de la lectura.
La
puesta en escena de sucesos del pasado (siglo XIX) con la agudeza del presente,
carga unas hileras de prejuicios éticos y morales que adicionan un hecho estilístico
poco común: la exclusión transitoria del narrador heterodiegètico, para que el
Yo homodiegètico irrumpa exhibiendo su alta temperatura moral. Hacemos la
distinción porque el narrador carece de personalidad, sólo tiene una misión, a
lo sumo una función: contar.
No
podría – ni por dudas- un autor con altas dosis éticas y morales, dejar de
pedirle permiso a un narrador para emprender juicios de valor debido a las
acciones de los personajes. Tal vez, el metatexto de la página 115 sostenga
mejor mi alusión: “…el cura abandonaba con sigilo la casa cural para escabullirse por las
oscuras, desiertas y silenciosas calles hasta llegar a la casona donde Helen lo
esperaba. Allí, saciaban su hambre de afecto, pasión y lujuria en medio el
silencio y el calor de las madrugadas mientras se compadecían mutuamente.”
Para
finalizar, confieso mi nesciencia ecológica. La novela de Álvaro Gómez Castro llenó
otro renglón de mi enciclopedia cultural. Seguramente más de un puñado de
ustedes desconocía –por lo menos el nombre- del árbol que hoy expresa la
paratextualidad de la obra. Un título que no responde a las expectativas de
contenido del lector, sino que es usado como pretexto para descifrar la longevidad
del árbol a partir de la narración de una historia donde la imaginación
creadora nos mece con el cruce temporal de obras que bien podrían tomarse como
hipotextos: Helen parodiando a Emma Bovary o a la Mamá Grande.
Pareciera
como si Álvaro le hubiera prestado atención a Roland Bourneuf cuando dice que “En
las últimas páginas de una novela, el autor nos confía a menudo la llave del
universo que ha edificado, a menos que escoja escamoteárnosla con una pirueta,
o dar un pujoncito a la intriga para sacársela de encima.”
Este
es su caso, donde termina la historia mas no la novela. No hay señales de fatiga narrativa, desde
luego que no; el mismísimo árbol de
Macurutù le habría valido ya no para justificar la historia, sino para
acreditar el título de la novela, sin embargo, la erudición de su discurso
ambiental podría entenderse como una pista para la próxima producción literaria.
Fare Samuel Suárez Sarmiento
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