MARCEL PROUST FRANZ KAFKA JAMES JOYCE WILLIAM FAULKNER |
Marcel Proust (1871-1922)
ocupa un primerísimo puesto en la historia de la novela, gracias a su ingente
obra “En busca del tiempo perdido”, que constituye una culminación y, a la vez,
una superación de la novela psicológica del XIX, con decisivas novedades
estructurales. “Á la recherche du temps perdu” se compone de quince volúmenes
en la edición original (1913-1927). Su autor, enfermizo y dotado de una
sensibilidad agudísima, reconstruye en miles de páginas toda una vida y todo un
mundo. Se diría que la novela es, para él, “un espejo que se pasea a lo largo
de la memoria”. Proust lleva al extremo la introspección y el autoanálisis, a
la vez que aplica una inusitada capacidad de observación en unas descripciones
magistrales por su minuciosidad y sutileza. Pero, por otra parte, opera una
transfiguración poética de la realidad, gracias a la hondura lírica de sus
imágenes. Y, además, desborda lo puramente narrativo para incluir reflexiones psicológicas
y morales que dan aire de ensayo a muchas de sus páginas. Por ello, con Proust,
la novela rompe sus fronteras tradicionales para incorporar elementos propios
de otros géneros. Otra novedad de su estructura es la libertad con que se
suceden las evocaciones, ajenas muchas veces al orden cronológico. Por último,
es inconfundible su estilo, basado en una frase larga, sinuosa, cuyos meandros
se pliegan a los rincones de la memoria o de una realidad siempre compleja. Con
todo ello, Proust iniciaba la transformación de la narrativa, dotada de nuevos
horizontes y nuevos poderes.
Sin duda, nadie ha ido
más lejos por las vías de la experimentación narrativa que James Joyce
(irlandés, 1884-1941). En su última obra, “La
vela de Finnegans”, intento
incluso un nuevo lenguaje, en franca ruptura con la lengua inglesa. Entre sus
primeros libros, figuran la colección de relatos titulada “Dublineses” (1914) y la novela “Retrato del artista adolescente” (1916), de la que tenemos una
memorable traducción de Dámaso Alonso. Pero su gloria se debe a “Ulises” (1922). “Ulises”, que cuenta
un día en la vida de Leopold Bloom en Dublín, es una audaz transposición de “La
Odisea”. El héroe clásico queda convertido en el nada heroico protagonista; la
fiel Penélope será Molly, su esposa infiel; el episodio de Circe transcurre en
un burdel; el de Eolo y los vientos, en la redacción de un periódico; el de los
Cíclopes, en una taberna, etc. Es una sistemática destrucción de mitos que, a
la vez, revela una agria concepción de la humanidad. Por otra parte, la obra está
escrita en las más variadas técnicas: narración, debates dialécticos, parodias
del lenguaje jurídico, cuestionarios de colegio de jesuitas, monologo interior,
etc. Y el estilo presenta multitud de registros y recursos: arcaísmos,
cultismos, vulgarismos, onomatopeyas, aliteraciones, juegos fonéticos
intraducibles... Pocas veces se han exprimido tanto las posibilidades de una
lengua, incluso las habitualmente proscritas. En conjunto, el “Ulises”
constituye una absoluta ruptura con la narrativa tradicional, acaso la más
profunda revolución jamás realizada en la novela. Su influencia ha sido
incalculable (veremos cuanto le debe, por ejemplo, el Martin-Santos de “Tiempo
de silencio”.)
William Faulkner
(1897-1962) es, sin duda, la máxima figura de la “generación perdida”
norteamericana (lost generation), que cuenta con autores de la talla de John
Dos Passos, John Steinbeck, Ernest Hemingway, Francis Scott Fitzgerald, Ezra Pound, entre otros Marcados por los
horrores de la guerra del 14 y lucidos ante la crisis de su país, son hombres
desengañados y en franca ruptura con los valores de la sociedad. Pero, a la
vez, llevaron a cabo, en el periodo de entreguerras, una espléndida renovación
novelística. Faulkner se caracteriza, ante todo, por los tonos sombríos con que
pinta un mundo en descomposición, el del imaginario condado de Yoknapatawpha
(que nos recordaran al Macondo de García Márquez o la Región de Juan Benet).
Frente al realismo, adopta un enfoque alucinante, de inusitada fuerza, servido
por una extraordinaria capacidad de dar verdad a lo excesivo, lo anormal, lo
macabro o lo grotesco. A ello se añade un intenso sentido poético y una prosa
admirable. Sus novelas, difíciles, exigen un continuo esfuerzo del lector. El
autor nunca explica: se limita a presentar escenas, pero de modo inconexo, sin
ponernos en antecedentes sobre los personajes, saltando partes de la anécdota
con audaces elipsis, etc. Pero el resultado subyaga. Repasemos algunos de sus
títulos y de sus técnicas. “El sonido y
la furia” (1929) cuanta una historia desde varios puntos de vista, incluido
el de un retrasado mental, y rompiendo el orden cronológico. “Mientras agonizo” (1930) se compone de
varios monólogos alternantes. “Santuario”
(1931) incorpora aspectos de la novela policiaca, al servicio de una trama
terrible. Los cambios de punto de vista, la elusión de acontecimientos y el
desorden cronológico son asimismo rasgos de “¡Absalón, Absalón!”. El eco de Faulkner ha sido inmenso en todas
las literaturas. En 1949 se le concedió el premio Nobel.
Entrados los años 50, se desarrolla en Francia
el llamado “nouveau roman” (“nueva novela”) que se alza contra las formas
narrativas tradicionales y enlaza con los grandes innovadores citados. Entre
sus autores y títulos más representativos figuran Alain Robbe-Grillet (“El
mirón”, 1956; “La celosía”, 1957), Nathalie Sarraute (“Retrato de un
desconocido”, 1956), Michel Butor (“La modificación”, 1957), Claude Simón (“La
ruta de Flandes”, 1960), etc. Nos limitaremos a señalar sus principales rasgos
comunes. Rechazan la novela portadora de ideas o de intención social, para
proclamar la autonomía de la obra literaria. Rechazan asimismo la primacía de
la anécdota o la tradicional importancia de los personajes. De ahí que
Robbe-Grillet hable de antinovela. El novelista se limita a transcribir
comportamientos borrosos, impresiones, objetos (estos son, a veces, más
importantes que las personas), con una minuciosidad extrema. No se trata, sin
embargo, de objetivismo, pues la mirada de estos novelistas (quienes también fueron
conocidos como escuela de la mirada) apunta a la pura subjetividad: solo les
interesa lo real en cuanto que revele procesos de conciencia en medio de un
mundo en que todo es incierto. El subjetivismo es, pues, rasgo dominante de
estas novelas casi siempre difíciles y que, una vez más, requieren una
actividad activa del lector. El “nouveau roman”, en fin, no alcanzo cimas
comparables a las de los otros autores comentados; sin embargo, nos ha dejado
no pocas obras de indudable interés y ha desempeñado un no escaso papel en la
aportación de nuevas actitudes narrativas.
Aquí, por último, debe tenerse
especialmente presente la renovación aportada por la narrativa
hispanoamericana. Ahora, dejemos solo constancia de su influjo en España. En
los años 60, se produce el llamado “boom” o auge de la novela de allende el
océano. El descubrimiento de autores como Julio Cortázar, Gabriel García Márquez o Mario Vargas
Llosa seduce a los lectores españoles, junto al renovado interés por autores
más veteranos como Jorge Luis Borges, Migel Ángel Asturias Alejo Carpentier o Rulfo. Todos ellos nos traen
nuevos enfoques (la imaginación, el “realismo mágico”, etc.), servidos por
nuevas técnicas y por un lenguaje asombrosamente rico. Se trata, según Martínez
Cachero, de “una saludable irrupción, riego vivificante para nuestra
novelística”. Es, en efecto, fecundísima la lección que los novelistas
españoles reciben de sus hermanos de lengua
.
Caracterización
de la nueva narrativa
Aunque es imposible enumerar
todos los rasgos de la nueva narrativa, hay una serie de elementos que se
repiten en las obras literarias contemporáneas, que las diferencia de las de
otros períodos.
Algunos de estos elementos son:
El
quiebre de la cronología narrativa: los hechos narrados no siguen
el orden temporal exterior, sino que son presentados por el narrador con total
libertad, según el efecto que desee producir en la obra.
La
multiplicidad de espacios: el espacio no es único sino que se
multiplica. Esta multiplicación muchas veces se corresponde con una diversidad
de tiempos, pero también con tiempos coincidentes.
El
narrador protagonista, más frecuente que el omnisciente: este
cambio del punto de vista de los acontecimientos narrados provoca una nueva y
particular visión de los hechos, relatados desde la persona que los está
viviendo y no desde afuera. Muchas veces se emplean, también, varios narradores
en un texto; de ese modo, un mismo suceso es relatado desde distintos puntos de
vista.
La
incorporación de lo fantástico, de elementos inexplicables y absurdos que
proyectan el texto más allá de la comprensión racional. La
razón no es la única vía de acceso a la verdad absoluta (que se cuestiona
dentro del relato). Se plantea la inexistencia de una única verdad y se provoca
incertidumbre en el lector.
La
nueva narrativa y su relación con el lector
Los nuevos narradores proponen
un cambio de actitud respecto del modelo de lector y de su literatura. Esta
actitud se manifiesta en los siguientes rasgos:
La presencia de elementos
humorísticos e irónicos que establecen una relación particular con el lector,
pues aparece la necesidad de compartir códigos que no pertenecen a todos, pero
que son vitales para la comprensión de la obra.
La preocupación literaria por
la relación entre el artista, la obra de arte y el público, que da tema a
muchas obras.
La renovación temática y
lingüística que provoca el nacimiento de una narrativa fundamentalmente urbana,
en cuyos ambientes el lector se ve reflejado y, algunas veces, aparece como
protagonista anónimo.
Para encontrar un lenguaje y
una estructura que se adecuaran a los cambios ocurridos durante el siglo XX,
los narradores experimentaron con formas y técnicas tendentes a una mayor
abstracción y al simbolismo. Con ese fin, crearon una nueva convención
expresiva que les posibilitó plasmar en sus obras las realidades de su tiempo.
Mientras que los poetas
hispanoamericanos se sumaron a la revolución que produjeron las vanguardias,
los narradores partieron de la revolución que provocó, en la segunda y tercera
década de este siglo, la obra del novelista irlandés James Joyce (1882-1941),
quien experimentó al extremo con la estructura y el lenguaje narrativos,
especialmente en su novela Ulises (1922).
Categorías
de lo narrado
Los textos narrativos
contemporáneos se conforman sobre la base de ciertas categorías:
- La ambigüedad: el lenguaje muestra su polisemia o multiplicidad de significaciones y crea un mundo autónomo a partir de la palabra.
- El humor, el lirismo, la
parodia y lo fantástico: por medio de estas
actitudes se relativizan los
valores absolutos y se da una mayor independencia de la obra literaria.
Estos procedimientos alejan la obra de arte del extratexto
histórico-social, pero mediatizan esa interrelación. Por ejemplo, Osvaldo
Soriano, en su novela Triste, solitario y final, parodia el procedimiento
y los personajes de las novelas policiales del escritor norteamericano
Raymond Chandler.
- La alianza entre
imaginación y crítica: la responsabilidad social del
escritor radica en el uso creativo de su imaginación.
- La mitificación:
la construcción de mitos es un procedimiento que permite conciliar
diferentes tiempos y otorgarles simultaneidad.
El rescate de géneros caídos
en desuso o considerados secundarios. Por ejemplo, Manuel Puig recoge la
literatura de folletín en Boquitas pintadas y vuelve a ubicarla en un lugar
central.
Los medios masivos de
comunicación penetran con tal impulso en la sociedad, que también aparecen en
la literatura. El cine y televisión aportan su singular estructura narrativa y
temática. Por ejemplo, Manuel Puig rescata en su producción, no sólo temas
cinematográficos, sino también procedimientos
narrativos propios del cine, como en las novelas La traición de Rita
Hayworth y Los ojos de Greta Garbo. En la literatura, también se refleja la
temática de los films pertenecientes al road movie. Como en París, Texas del
director Wim Wenders, y Strangers than paradise, de Jim mush, en los que el
camino pasa a ser el protagonista.
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