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jueves, 7 de mayo de 2020

TÉCNICAS NARRATIVAS CONTEMPORÁNEAS I



MARCEL PROUST                    FRANZ  KAFKA                                JAMES  JOYCE                                     WILLIAM     FAULKNER


     Desde principios de siglo, el arte narrativo. Como otras manifestaciones de la cultura y el arte, ha vivido hondas transformaciones. Es imposible estudiar aquí a todos los novelistas que se han distinguido en tal proceso. Siguiendo a una crítica unánime, es indispensable destacar a cuatro: Proust, Kafka, Joyce y Faulkner.


     Marcel Proust (1871-1922) ocupa un primerísimo puesto en la  historia de la novela, gracias a su ingente obra “En busca del tiempo perdido”, que constituye una culminación y, a la vez, una superación de la novela psicológica del XIX, con decisivas novedades estructurales. “Á la recherche du temps perdu” se compone de quince volúmenes en la edición original (1913-1927). Su autor, enfermizo y dotado de una sensibilidad agudísima, reconstruye en miles de páginas toda una vida y todo un mundo. Se diría que la novela es, para él, “un espejo que se pasea a lo largo de la memoria”. Proust lleva al extremo la introspección y el autoanálisis, a la vez que aplica una inusitada capacidad de observación en unas descripciones magistrales por su minuciosidad y sutileza. Pero, por otra parte, opera una transfiguración poética de la realidad, gracias a la hondura lírica de sus imágenes. Y, además, desborda lo puramente narrativo para incluir reflexiones psicológicas y morales que dan aire de ensayo a muchas de sus páginas. Por ello, con Proust, la novela rompe sus fronteras tradicionales para incorporar elementos propios de otros géneros. Otra novedad de su estructura es la libertad con que se suceden las evocaciones, ajenas muchas veces al orden cronológico. Por último, es inconfundible su estilo, basado en una frase larga, sinuosa, cuyos meandros se pliegan a los rincones de la memoria o de una realidad siempre compleja. Con todo ello, Proust iniciaba la transformación de la narrativa, dotada de nuevos horizontes y nuevos poderes.

    Sin duda, nadie ha ido más lejos por las vías de la experimentación narrativa que James Joyce (irlandés, 1884-1941). En su última obra, “La vela de Finnegans”, intento incluso un nuevo lenguaje, en franca ruptura con la lengua inglesa. Entre sus primeros libros, figuran la colección de relatos titulada “Dublineses” (1914) y la novela “Retrato del artista adolescente” (1916), de la que tenemos una memorable traducción de Dámaso Alonso. Pero su gloria se debe a “Ulises” (1922). “Ulises”, que cuenta un día en la vida de Leopold Bloom en Dublín, es una audaz transposición de “La Odisea”. El héroe clásico queda convertido en el nada heroico protagonista; la fiel Penélope será Molly, su esposa infiel; el episodio de Circe transcurre en un burdel; el de Eolo y los vientos, en la redacción de un periódico; el de los Cíclopes, en una taberna, etc. Es una sistemática destrucción de mitos que, a la vez, revela una agria concepción de la humanidad. Por otra parte, la obra está escrita en las más variadas técnicas: narración, debates dialécticos, parodias del lenguaje jurídico, cuestionarios de colegio de jesuitas, monologo interior, etc. Y el estilo presenta multitud de registros y recursos: arcaísmos, cultismos, vulgarismos, onomatopeyas, aliteraciones, juegos fonéticos intraducibles... Pocas veces se han exprimido tanto las posibilidades de una lengua, incluso las habitualmente proscritas. En conjunto, el “Ulises” constituye una absoluta ruptura con la narrativa tradicional, acaso la más profunda revolución jamás realizada en la novela. Su influencia ha sido incalculable (veremos cuanto le debe, por ejemplo, el Martin-Santos de “Tiempo de silencio”.)

      William Faulkner (1897-1962) es, sin duda, la máxima figura de la “generación perdida” norteamericana (lost generation), que cuenta con autores de la talla de John Dos Passos, John Steinbeck, Ernest Hemingway, Francis Scott Fitzgerald, Ezra Pound, entre otros Marcados por los horrores de la guerra del 14 y lucidos ante la crisis de su país, son hombres desengañados y en franca ruptura con los valores de la sociedad. Pero, a la vez, llevaron a cabo, en el periodo de entreguerras, una espléndida renovación novelística. Faulkner se caracteriza, ante todo, por los tonos sombríos con que pinta un mundo en descomposición, el del imaginario condado de Yoknapatawpha (que nos recordaran al Macondo de García Márquez o la Región de Juan Benet). Frente al realismo, adopta un enfoque alucinante, de inusitada fuerza, servido por una extraordinaria capacidad de dar verdad a lo excesivo, lo anormal, lo macabro o lo grotesco. A ello se añade un intenso sentido poético y una prosa admirable. Sus novelas, difíciles, exigen un continuo esfuerzo del lector. El autor nunca explica: se limita a presentar escenas, pero de modo inconexo, sin ponernos en antecedentes sobre los personajes, saltando partes de la anécdota con audaces elipsis, etc. Pero el resultado subyaga. Repasemos algunos de sus títulos y de sus técnicas. “El sonido y la furia” (1929) cuanta una historia desde varios puntos de vista, incluido el de un retrasado mental, y rompiendo el orden cronológico. “Mientras agonizo” (1930) se compone de varios monólogos alternantes. “Santuario” (1931) incorpora aspectos de la novela policiaca, al servicio de una trama terrible. Los cambios de punto de vista, la elusión de acontecimientos y el desorden cronológico son asimismo rasgos de “¡Absalón, Absalón!”. El eco de Faulkner ha sido inmenso en todas las literaturas. En 1949 se le concedió el premio Nobel.

      Entrados los años 50, se desarrolla en Francia el llamado “nouveau roman” (“nueva novela”) que se alza contra las formas narrativas tradicionales y enlaza con los grandes innovadores citados. Entre sus autores y títulos más representativos figuran Alain Robbe-Grillet (“El mirón”, 1956; “La celosía”, 1957), Nathalie Sarraute (“Retrato de un desconocido”, 1956), Michel Butor (“La modificación”, 1957), Claude Simón (“La ruta de Flandes”, 1960), etc. Nos limitaremos a señalar sus principales rasgos comunes. Rechazan la novela portadora de ideas o de intención social, para proclamar la autonomía de la obra literaria. Rechazan asimismo la primacía de la anécdota o la tradicional importancia de los personajes. De ahí que Robbe-Grillet hable de antinovela. El novelista se limita a transcribir comportamientos borrosos, impresiones, objetos (estos son, a veces, más importantes que las personas), con una minuciosidad extrema. No se trata, sin embargo, de objetivismo, pues la mirada de estos novelistas (quienes también fueron conocidos como escuela de la mirada) apunta a la pura subjetividad: solo les interesa lo real en cuanto que revele procesos de conciencia en medio de un mundo en que todo es incierto. El subjetivismo es, pues, rasgo dominante de estas novelas casi siempre difíciles y que, una vez más, requieren una actividad activa del lector. El “nouveau roman”, en fin, no alcanzo cimas comparables a las de los otros autores comentados; sin embargo, nos ha dejado no pocas obras de indudable interés y ha desempeñado un no escaso papel en la aportación de nuevas actitudes narrativas.
 
     Aquí, por último, debe tenerse especialmente presente la renovación aportada por la narrativa hispanoamericana. Ahora, dejemos solo constancia de su influjo en España. En los años 60, se produce el llamado “boom” o auge de la novela de allende el océano. El descubrimiento de autores como Julio Cortázar, Gabriel García Márquez o Mario Vargas Llosa seduce a los lectores españoles, junto al renovado interés por autores más veteranos como Jorge Luis Borges, Migel Ángel Asturias Alejo Carpentier o Rulfo. Todos ellos nos traen nuevos enfoques (la imaginación, el “realismo mágico”, etc.), servidos por nuevas técnicas y por un lenguaje asombrosamente rico. Se trata, según Martínez Cachero, de “una saludable irrupción, riego vivificante para nuestra novelística”. Es, en efecto, fecundísima la lección que los novelistas españoles reciben de sus hermanos de lengua
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Caracterización de la nueva narrativa

     Aunque es imposible enumerar todos los rasgos de la nueva narrativa, hay una serie de elementos que se repiten en las obras literarias contemporáneas, que las diferencia de las de otros períodos.

     Algunos de estos elementos son:

El quiebre de la cronología narrativa: los hechos narrados no siguen el orden temporal exterior, sino que son presentados por el narrador con total libertad, según el efecto que desee producir en la obra.

La multiplicidad de espacios: el espacio no es único sino que se multiplica. Esta multiplicación muchas veces se corresponde con una diversidad de tiempos, pero también con tiempos coincidentes.

El narrador protagonista, más frecuente que el omnisciente: este cambio del punto de vista de los acontecimientos narrados provoca una nueva y particular visión de los hechos, relatados desde la persona que los está viviendo y no desde afuera. Muchas veces se emplean, también, varios narradores en un texto; de ese modo, un mismo suceso es relatado desde distintos puntos de vista.

La incorporación de lo fantástico, de elementos inexplicables y absurdos que proyectan el texto más allá de la comprensión racional. La razón no es la única vía de acceso a la verdad absoluta (que se cuestiona dentro del relato). Se plantea la inexistencia de una única verdad y se provoca incertidumbre en el lector.

La nueva narrativa y su relación con el lector

     Los nuevos narradores proponen un cambio de actitud respecto del modelo de lector y de su literatura. Esta actitud se manifiesta en los siguientes rasgos:

    La presencia de elementos humorísticos e irónicos que establecen una relación particular con el lector, pues aparece la necesidad de compartir códigos que no pertenecen a todos, pero que son vitales para la comprensión de la obra.
La preocupación literaria por la relación entre el artista, la obra de arte y el público, que da tema a muchas obras.

     La renovación temática y lingüística que provoca el nacimiento de una narrativa fundamentalmente urbana, en cuyos ambientes el lector se ve reflejado y, algunas veces, aparece como protagonista anónimo.

     Para encontrar un lenguaje y una estructura que se adecuaran a los  cambios ocurridos durante el siglo XX, los narradores experimentaron con formas y técnicas tendentes a una mayor abstracción y al simbolismo. Con ese fin, crearon una nueva convención expresiva que les posibilitó plasmar en sus obras las realidades de su tiempo.

     Mientras que los poetas hispanoamericanos se sumaron a la revolución que produjeron las vanguardias, los narradores partieron de la revolución que provocó, en la segunda y tercera década de este siglo, la obra del novelista irlandés James Joyce (1882-1941), quien experimentó al extremo con la estructura y el lenguaje narrativos, especialmente en su novela Ulises (1922).

Categorías de lo narrado

     Los textos narrativos contemporáneos se conforman sobre la base de ciertas categorías:

  1. La ambigüedad: el lenguaje muestra su polisemia o multiplicidad de significaciones y crea un mundo autónomo a partir de la palabra.
  2. El humor, el lirismo, la parodia y lo fantástico: por medio de estas actitudes se relativizan los valores absolutos y se da una mayor independencia de la obra literaria. Estos procedimientos alejan la obra de arte del extratexto histórico-social, pero mediatizan esa interrelación. Por ejemplo, Osvaldo Soriano, en su novela Triste, solitario y final, parodia el procedimiento y los personajes de las novelas policiales del escritor norteamericano Raymond Chandler.
  3. La alianza entre imaginación y crítica: la responsabilidad social del escritor radica en el uso creativo de su imaginación.
  4. La mitificación: la construcción de mitos es un procedimiento que permite conciliar diferentes tiempos y otorgarles simultaneidad.
     El rescate de géneros caídos en desuso o considerados secundarios. Por ejemplo, Manuel Puig recoge la literatura de folletín en Boquitas pintadas y vuelve a ubicarla en un lugar central.

     Los medios masivos de comunicación penetran con tal impulso en la sociedad, que también aparecen en la literatura. El cine y televisión aportan su singular estructura narrativa y temática. Por ejemplo, Manuel Puig rescata en su producción, no sólo temas cinematográficos, sino también procedimientos narrativos propios del cine, como en las novelas La traición de Rita Hayworth y Los ojos de Greta Garbo. En la literatura, también se refleja la temática de los films pertenecientes al road movie. Como en París, Texas del director Wim Wenders, y Strangers than paradise, de Jim mush, en los que el camino pasa a ser el protagonista.




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