Por:
José Alejandro Vanegas Mejía
jose.vanegasmejia@yahoo.es
La literatura no es historia. Esta
verdad, por lo evidente, no necesita sustentación. Sin embargo, en la portada
de muchas obras escritas era corriente encontrar la palabra ‘Novela’. Lo mismo
ocurría con los ‘Ensayos’ mas no así con los textos de historia. Tal vez sea necesario
volver a esa advertencia cuando se trate de libros que tienen como tema un
hecho real o histórico pero tratado en forma literaria por el autor.
El realismo y el costumbrismo tienen que ver con esta confusión. Sin
embargo, el realismo solo copia la realidad; su esencia, más que lo real es lo
verosímil. El costumbrismo, por su parte, es una derivación del realismo. ‘Frutos
de mi tierra’ (1896), ‘Grandeza’ (1910) y ‘La Marquesa de Yolombó’
(1927) muestran aspectos de la idiosincrasia de los pueblos antioqueños de la
época del autor y contribuyen, de gran manera, al reconocimiento que nuestra
literatura tiene dentro del amplio mundo de las letras españolas. Pero son solo
novelas, no textos de historia. Igual ocurre con ‘El general en su laberinto’ (1989),
de García Márquez.
No puede uno dejar de pensar en ‘Auroras de sangre’ (1999) del
colombiano William Ospina. O en ‘El sueño del celta’ (2010) de Vargas Llosa,
para citar solo dos obras conocidas. Todo esto nos lleva a declarar que no se
debe confundir un género literario con otro. Cuando leemos ‘Perdido en el
Amazonas’ (1978) nos dejamos llevar por la emoción de la trama y creemos
marchar junto al personaje mientras realiza su odisea. El autor, Germán Castro
Caycedo, con su capacidad para relatar sucesos en forma magistral, nos saca de
la realidad y nos hace aceptar que lo que leemos es cierto. Además, los
testimonios de familiares del desaparecido en la manigua nos dicen
constantemente que lo relatado en ese libro es verídico. Pero, ¿no mete allí su
mano y su pluma el destacado escritor zipaquireño? ¿Renunciaría él a su oficio
de buen creador de situaciones conflictivas?
Hay muchas novelas con fondo histórico. ‘¿Quo vadis?’ es una de ellas.
Pero también lo son otras más modernas. De Umberto Eco tenemos ‘El nombre de la
rosa’ (1980) y ‘El cementerio de Praga’ (2010). Ambas son novelas históricas
pero sería un error basarnos en ellas para afirmar que lo narrado es totalmente
cierto. En estas obras concurren elementos literarios necesarios para la
“re-creación” de los hechos. Además, la subjetividad e intereses particulares
del autor hacen que su producción no sea completamente histórica.
Innumerables obras de teatro re-crean episodios contemporáneos y de la
antigüedad. Nos impactan de tal manera que tenemos tendencia a sentirlos como
reales. Sin embargo, son adaptaciones que los dramaturgos hacen de esos hechos;
además, al ponerlos en escena los directores utilizan lo que llaman ‘versión
libre’ para modificar la representación teatral respectiva. Casos hay en los que
hasta los actores tienen autoridad para improvisar diálogos siempre y cuando se
acoplen al argumento desarrollado. En fin, no debemos asignar a la literatura
el carácter que corresponde a la historia. Lo histórico no podrá confundirse
con lo literario: le falta el elemento imaginario o fantasioso característico
del cuento y la novela. Por esa razón ‘El nombre de la rosa’ antes citada, a
pesar de parecer historia, no es sino una novela histórica muy bien narrada y
sumamente documentada.
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