No
hay dudas de que en México la Revolución de 1910 constituye un hito al
cual hay que recurrir para comprender muchos de los cambios que ese país
ha experimentado durante un siglo. La cultura, y en general la vida
mexicana, gira en forma diferente a partir del triunfo revolucionario
logrado en 1916. Se señalan entre estas fechas la reapertura de la
Universidad Nacional, que había sido clausurada por el emperador
Maximiliano. Ocurrió también el final del Modernismo, cuando el poeta
mexicano González Martínez decidió “torcerle el cuello al cisne”,
expresión simbólica que representaba el final de ese movimiento
literario.
En
literatura, por ese tiempo, si es cierto que se derrumbaba el
Modernismo introducido por el nicaragüense Rubén Darío --quien había
muerto en 1916--, aparecían los Contemporáneos y los Estridentistas, que
trataron de combatir por diversos medios el mensaje revolucionario con
el Vanguardismo y la experimentación formal. Pero en las décadas de los
años 20 y 30 los llamados “Poetas de la soledad”, José Gorostiza y
Xavier Villaurrutia, entre otros, encarnaron el ideal revolucionario. En
prosa “Los de abajo”, del modernista Mariano Azuela, dejaría como
recuerdo las matanzas de la guerra. Mucho más tarde la narrativa de Juan
Rulfo --“El llano en llamas”-- mostraría una huella de la soledad que
los conflictos de la Revolución produjeron en los desencantados
habitantes de los desérticos campos mexicanos.
A
mediados del siglo XX México todavía seguía siendo un país en busca de
una definición. Ese es el tema predominante en los ensayos de Octavio
Paz. Sin embargo, la literatura encuentra su cauce en autores jóvenes
que indagan en el pasado de su nación pero escriben con la mira puesta
en nuevas técnicas narrativas. Aparece entonces, a los 26 años de edad,
Carlos Fuentes con “Los días
enmascarados” (1954), a los que siguió su novela “La región más
transparente” (1958). Fuentes se había sumergido en las corrientes de la
novela experimental de Joyce y Faulkner, de donde obtuvo la técnica que
le permitió representar los procesos mentales de sus personajes. Otra
obra de Fuentes es “Las buenas conciencias” (1959). En “La muerte de
Artemio Cruz” (1962) el autor utiliza el fluir de la conciencia y juega
con los pronombres personales para situarse alternativamente en el papel
del moribundo Artemio, de su conciencia o del propio narrador.
CARLOS MONSIVÁIS |
Pero
la literatura no podía quedarse en Fuentes, fallecido en 2012. Carlos
Monsiváis, ensayista, poeta y periodista también hace parte de los
brillantes exponentes de la literatura. Nacido el 4 de mayo de 1938 en
Ciudad de México, Monsiváis aportó a la literatura mexicana más de
cincuenta obras y miles de artículos periodísticos publicados en
revistas culturales y medios de comunicación en los cuales laboraba.
Mezcló con maestría la investigación sicológica de su país con trabajos
literarios de importancia sobre el cine, la televisión y el bolero. El
ensayista Adolfo Castañón lo llamó ‘El hombre ciudad’. Entre sus obras
están: ‘Pedro Infante: las leyes del querer’; ‘Frida Kahlo’; ‘Recetario
del cine mexicano’; ‘Aires de familia: cultura y sociedad en América
Latina’; ‘Los mil y un velorios de la crónica roja’; ‘El bolero, clave
del corazón’. A lo largo de su carrera periodística y literaria
Monsiváis recibió importantes premios, entre ellos ‘Premio Nacional de
Periodismo’, años 1995 y 1997. ‘Premio Claus para la Cultura y el
Desarrollo’, del gobierno de Holanda en 1998. ‘Premio Anagrama de
ensayo’, año 2000. ‘Premio Nacional de Ciencias y Artes’, 2005. ‘Premio
Iberoamericano Ramón López Laverde’, 2006. Carlos Monsiváis falleció en
México el 19 de junio de 2010.
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