Quetzacóatl
instruyó cuidadosamente a su hijo en ciencias, matemáticas, medicina y
astronomía. Le ordenó elaborar un calendario que iniciaría el primer kin
(el 11 de agosto del año 3.114 a. C.), la fecha del inicio del Gran
Experimento y terminaría 20 katunes después, el último día del 13°
Baktún (el vigésimo primer día del décimo segundo mes del 5.126), fecha
en que regresaría nuevamente y decidiría el destino final de sus
criaturas. Descansó por dos décadas, después de derrotar las huestes de
su hermano gemelo Tezcatlipoca a quien expulsó de la galaxia luego de
feroces batallas sobre los cielos de Sumeria, India, China, Egipto,
Grecia y Palestina siempre bajo la mirada aterrada de los nativos.
Finalmente, la victoria fue definitiva. Los nativos del tercer planeta
podrían evolucionar desde su primitivo estado con la ayuda de los
conocimientos que les había entregado. En contra de la opinión de su
hermano, creía que su creación podía alcanzar los más altos niveles de
inteligencia y conciencia. Cuando fue necesario, castigó a sus criaturas
con poderosas inundaciones, explosiones nucleares, desintegración de
ciudades, pero siempre les concedió la posibilidad de enmendar sus
errores. Tezcatlipoca se opuso a la supervivencia de esa especie en
particular que habían creado como un juego: era autodestructiva, no la
creía merecedora del don que les habían entregado. Ese fue el origen del
conflicto.
Quetzacóatl
se marchó. Su hijo gobernó sabia y prudentemente su reino. Ordenó
escribir en las estelas las normas y todo el conocimiento adquirido para
preservar las enseñanzas de su padre. Su pueblo creció y se convirtió
con el paso de las centurias en un poderoso imperio.
Pero, pronto, el conocimiento quedó en manos de unos pocos iniciados,
se transformo en mitos, leyendas y profecías y, en el transcurso de
pocas generaciones, se olvidó. Toda su civilización desapareció
misteriosamente y otros pueblos venidos del otro lado del océano,
aparecieron.
Tezcatlipoca
había quedado atrapado en el horizonte de eventos de un agujero negro
de una lejana galaxia, durante un tiempo que le pareció inconmensurable;
puso a prueba su ingenio para librarse de la gravedad que amenazaba con
devorar sus poderosos navíos. Al fin, casi por casualidad; con todos
los instrumentos averiados pudo adentrarse en un túnel de gusano. El
viaje a través del atajo del hiperespacio fue breve. A su término,
ajustó los instrumentos y calculó su posición. Con sorpresa, se dio
cuenta que se encontraba muy cerca del tercer planeta del sistema
estelar donde había sido vencido por su hermano. El crono visor le
indicó la fecha. Era precisamente el final de la cuenta larga: el último
día del 13° Baktún. Después de explorar los alrededores galácticos,
decidió dirigirse hacia el tercer planeta y exterminar lo que quedara
del Gran Experimento. No contaba con la vigilancia que, durante milenios
había mantenido su hermano sobre el sector cósmico, quien con
frecuencia visitaba y observaba sin intervenir, el desarrollo
tecnológico de los nativos.
La
flota de Quetzacóatl apareció sorpresivamente y el encuentro fue
inevitable. El tercer planeta se convertiría en el campo de batalla de
las dos fuerzas. Al amanecer del primer día del nuevo ciclo, sobre los
cielos de toda la tierra, empezó la última gran guerra. Había comenzado el Juicio Final. Álvaro Gómez Castro
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